Mateo 7,15-20 – falsos profetas

falsos profetas

«Guárdense de los falsos profetas, que vienen a ustedes con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán.”

Miércoles de la 12da Semana del T. Ordinario | 27 de Junio del 2018 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

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Si nosotros escucháramos y diéramos la importancia debida a la Palabra del Señor, no nos dejaríamos sorprender tan fácilmente. Pero ocurre que defendemos a capa y espada lo que sabemos y creemos, sin haberlo estudiado ni reflexionado debidamente.

No queremos decir que la Palabra de Dios requiera estudios y mucho menos que sea indescifrable o que haya si quiera un lenguaje o codificación especial para entenderla. Eso no es cierto. Tal afirmación pertenece a la Gnosis que sostiene que existen ciertos secretos solo revelados a los iniciados.

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Pues esto es totalmente falso y corresponde a una de tantas herejías, como la de los Rosacruces, a la Masonería o a la New Age. El Señor mismo lo aclara cuando da gracias a Dios Padre por haber revelado todo esto a la gente sencilla, porque así le ha parecido bien.

No es cierto que la Palabra de Dios tenga un significado enigmático y difícil de comprender, ni que requiera estudios especiales para entenderla. No olvidemos que el Señor escogió nacer entre los más pobres y humildes, precisamente porque es a ellos a los que habrá de predicar preferencialmente el Reino de los Cielos.

No lo hace por resentimiento o porque tenga odio ni mucho menos a los ricos. Dios nos ama a todos por igual, pero sabe, como Jesucristo mismo nos enseña, que siempre será más difícil para los ricos seguir al Señor, porque teniendo mucho, no quieren dejarlo por seguir a Jesús.

El problema, entonces, no está en la prédica del Señor, sino en nuestra convicción para creerla, disponiéndonos a dejarlo todo por Él. ¡Eso es lo que nos pide a todos! Pero al que más tiene se le hace más difícil desprenderse de su riqueza.

Amamos tanto la riqueza y todo lo que tenemos, a pesar de ser nada frente a la Vida Eterna, que nos aferramos a ello, como si fuera imprescindible e irrecuperable, peor aún, como si fuera mucho mejor y conveniente que el Reino de los Cielos.

No es que no entendamos lo que nos pide el Señor, no es que su lenguaje sea difícil, sino que NO quisiéramos oírle decir lo que nos expresa muy claramente. Queremos interpretarlo para que se acomode a nuestro gusto y conveniencia. ¡Ese es el problema!

¡Identifiquémoslo con honestidad! Lo que ocurre es que la doctrina de Jesucristo expresada en los Evangelios, no se ajusta a lo que nos gustaría. Encontramos muchos aspectos que nos gustaría que fueran distintos y que con todo gusto cambiaríamos, de poderlo hacer.

En buena cuenta, aunque no lo reconozcamos, tenemos la pretensión de corregir los Evangelios, ajustándolos a nuestros gustos y preferencias, para lo cual buscamos cualquier excusa. Y esto es lo que hacemos, tomando de aquí y de allí lo que nos conviene y descartando lo que no.

Incluso llegamos a manipular ciertos hechos reales con tal de justificarnos. Como por ejemplo que los Evangelios fueron escritos en una lengua distinta a la de Jesús o que fueron escritos años después, cuando ya no estaba entre nosotros.

Es posible que tratándose de una persona común y corriente, tener ciertos reparos pudiera ser recomendable, pero no en el caso de Jesucristo, porque es Dios y Él mismo nos dejó al Espíritu Santo para que nos aclare estas cosas, guiándonos a la Verdad completa.

No podemos tratar a Jesucristo como si se tratara de un personaje cualquiera, ni como un profeta más, porque no lo es. No podemos prescindir de Su condición Divina. Y esto, ¿qué quiere decir? Que no hay incoherencias en Él. Que no las encontraremos. Que Él es Dios. Que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Hay cuatro Evangelios escritos por cuatro personas distintas, que tienen distintas ópticas y que sin embargo coinciden en todo. No hay inconsistencias que procesar. Por lo tanto podemos aproximarnos a ellos como lo que son: la Palabra de Dios.

¿Por qué tenemos que reflexionarlo? Porque no se trata de una novela, ni un libro histórico, sino que Su Palabra sigue teniendo hoy la misma vigencia que hace dos mil años y se puede aplicar a la vida de cualquiera de los seres humanos del planeta.

Por eso debemos aproximarnos a las Escrituras con mucha reverencia y con la convicción que el Señor nos hablará directamente a cada uno de nosotros y conforme a la situación que deseemos iluminar. ¡En ellas encontramos la Palabra de Dios! ¡Él es la Luz!

Si hubiere algo que no pudiéramos comprender, distingamos si es así o si en realidad lo que ocurre es que no queremos aceptarlo. De cualquier modo recurramos a un sacerdote o a alguien que se encuentre debidamente capacitado para guiarnos.

Y, muy importante, no subestimemos por ningún motivo la oración y los Sacramentos, especialmente los de la Penitencia y Eucaristía. ¡No podemos ignorar la existencia de estas armas, que precisamente Jesucristo nos ha dejado para ayudarnos ante la dificultad y el temor.

Tengamos muy en cuenta lo que hoy nos dice el Señor, que vendrán muchos falsos profetas, que aprovechando de nuestra conveniencia, de nuestra debilidad, nuestro temor o nuestra soberbia, sembrarán en nuestros corazones la duda a través de toda clase de subterfugios.

No olvidemos que el Demonio existe y no es solamente un invento para asustar a los ingenuos, sino el enemigo de Dios, que busca por todos los medios robarle nuestras almas a Dios Padre, nuestro Creador, esclavizándonos al pecado, los vicios y nuestras debilidades.

Cuando estamos buscando lo fácil, lo que cueste menos y demande menos sacrificios, detengámonos a reflexionar un momento, si no será el Demonio el que nos induce a elegir estos caminos. Pongámonos en oración y pidamos Discernimiento.

Recuerda que lo que Dios quiere es que seamos santos, que es otra forma de decir “sacar de ti lo mejor que tienes y puedes”. Dios quiere nuestra plenitud, porque solo entonces seremos verdaderamente felices. Ese es el Camino que señala Jesucristo.

No vayamos por los sucedáneos quenos propone el Príncipe de este mundo, que todos ellos constituyen engaños, para luego encadenarnos y amarrarnos a la mentira, el engaño, la oscuridad y la muerte.

Oración:

Padre Santo, danos discernimiento y no permitas que por ningún motivo nos alejemos de ti. Que en momentos de dificultad, incertidumbre, dolor u oscuridad, busquemos la luz en Tu Iglesia y Tu Palabra. No permitas que nos apartemos de la oración y los Sacramentos. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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