Texto del evangelio Mt 5,13-16 – brille su luz ante los hombres
13. Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente.
14. Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte?
15. Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.
16. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos.
Reflexión: Mt 5,13-16
Estamos destinados a dar luz y sabor al mundo. Contrariamente a lo que muchos piensan, no se trata de pasar desapercibido, procurando mostrar un perfil bajo, porque nosotros no tenemos nada que esconder. Tampoco se trata de buscar la figuración por la vanidad o el orgullo que esto puede acarrearnos. Pero nuestra presencia no puede pasar desapercibida. No es que queramos caerle bien a todo el mundo, para que todos nos quieran y admiren. Se trata de ser un punto de referencia o un punto de inflexión. No buscamos notoriedad brindando nuestro criterio, pero nos tomamos en serio cada vez que es necesario opinar y buscamos portar la luz del Señor en cada situación que afrontamos, sea esta cotidiana o extraordinaria. Para nosotros no pasa desapercibido la forma en que las personas se tratan entre sí, las palabras que se dicen o los gestos que se dedican unos a otros. No es que seamos más exigentes que nadie, sino que tratamos de ser justos en toda ocasión, valorando a cada persona que se nos atraviesa como si se tratara del mismo Señor Jesucristo. Reconocemos que todos poseemos la misma dignidad que Dios Padre nos ha querido dar, la dignidad de Hijos de Dios y de este modo tratamos a cada persona como un emisario de Dios. Somos cautelosos, nos refrenamos y nos corregimos inmediatamente cuando nos damos cuenta que hemos cometido un error, procurando hacer sentir a cada persona valorada, atendida y oída con la importancia que esperan. Saludamos, nos despedimos, sonreímos, somos amables, no nos burlamos y nos esforzamos por hacer sentir cómodos a nuestros interlocutores ocasionales. Ello no nos exime de tomar la posición correcta cuando ellos es necesario, diciendo claramente y sin temor lo que es correcto. No buscamos notoriedad, sino que prevalezca siempre la verdad. Si hemos de ser conocidos, que sea por ser indoblegables e intransigentes al momento de hacer lo que es correcto. No entramos en componendas ilegales a espaldas de los interesados, para obtener provecho propio. ¡Hacemos siempre lo correcto! Con una sola condición: para mayor Gloria de Dios. Es decir que no buscamos que nos miren y admiren, sino que vean que Bueno es el Señor a quien servimos con mucha alegría. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos.
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