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Lucas 4,31-37 – Jesús, el Santo de Dios

Jesús, el Santo de Dios -Lucas 4,31-37

Lucas 4,31-37

Paradoja del reconocimiento de Jesús

En Lucas 4,31-37, vemos una paradoja donde los demonios reconocen a Jesús como el «Santo de Dios» mientras que otros lo rechazan. El mal no puede ocultarse ante la presencia de Jesús, quien siempre lo enfrenta y vence.

Reflexión sobre la santidad y nuestro llamado

Jesús, el Santo de Dios, nos muestra que la santidad es un estado superior al que somos llamados a través de Él. Siguiendo las enseñanzas de Benedicto XVI, la santidad implica ser transformados por la belleza y la verdad de Dios y estar dispuestos a dejar todo por su amor.

Santidad como un camino universal

Todos los seres humanos, no solo unos pocos elegidos, están llamados a la santidad. Como afirma Benedicto XVI, esta consiste en vivir como hijos de Dios, conforme a su semejanza. Cristo es el «Camino» hacia el Padre, invitándonos a todos a ser parte de su pueblo santo.

Ver el video con la reflexión completa:

el Santo de Dios

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Bendita seas madre

María madre de gracia

Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» (Génesis 1,27-28)

Dios creó a la humanidad a imagen suya; macho y hembra. Con el mandato de ser fecundos, multiplicarnos, henchir la tierra y someterla.

Esta es una ley que emana de la Sabiduría de Dios y nadie puede quebrantarla sin sufrir las consecuencias. No es que Dios castigue al infractor, sino que todo tiene un propósito y el que pretende desconocerlo termina finalmente por destruirse.

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Cómo leer con esperanza los signos de los tiempos

Los cristianos estamos llamados a ver el mundo, a leer los signos de los tiempos con esperanza. Y nuestra esperanza nace de la certeza que Jesucristo ha resucitado y resucitando ha vencido de una vez y para siempre a la muerte. Esta es la razón de nuestra fe y la de nuestra esperanza, teniendo la certeza que no importa lo que nos depare el resto de nuestra vida, llegaremos a alcanzar la Vida Eterna, si somos leales a Jesucristo.

Alguien podrá preguntar ¿y cómo podemos tener esa certeza? Y, desde luego la respuesta razonable tendría que ser que eso es imposible, que nadie puede llegar a asegurar nada y mucho menos la total lealtad a Dios hasta la muerte, sin importar que edad tengamos y cuanto nos quede de vida.

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