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Mateo 25,31-46 llamados a ser santos

Llamados a ser santos

«Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sean santos, porque yo, Yahveh, su Dios, soy santo.»

Lunes de la 1ra Semana de Cuaresma | 19 Febrero 2018 | Por Miguel Damiani

Lecturas de la Fecha:

  • Levítico 19,1-2.11-18
  • Sal 18,8.9.10.15
  • Mateo 25, 31-46

Reflexión sobre las lecturas

Estamos llamados a ser santos como nuestro Padre

La humanidad entera estamos llamados a ser santos como es santo nuestro Padre celestial. Esta es una frase que difícilmente entendemos y que a muchos nos revela. A cuantos amigos les he oído decir que eso es un imposible, una tontería que no puede ir con el Señor. Que no es posible ser santos y por lo tanto Dios no nos pediría algo tan insensato.

Pero la verdad es que si lo hace en varios pasajes dela Biblia. Entre las lecturas del día de hoy precisamente encontramos en el libro de Levítico 19, 2 lo siguiente: «Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sean santos, porque yo, Yahveh, su Dios, soy santo.» Este mandato nos viene pues desde el Antiguo Testamento y Jesucristo no hace nada más que confirmarlo en el Evangelio de Mateo 5,48 cuando dice: Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto su Padre celestial.

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Juan 20,11-18 – Subo a mi Padre y su Padre

Subo a mi Padre y su Padre

«No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios.»

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Juan 20,11-18 Subo a mi Padre y su Padre

Juan – Capítulo 20 – ¿A quién buscas?

Reflexión: Juan 20,11-18

Somos demasiado duros de corazón. Nos cuesta creer. Decimos creer, lo que en realidad es muy fácil de repetir e incluso balbucear, pero lo que necesitamos es que cada célula de nuestro organismo lo grite, verdaderamente convencidos. Y, esta convicción no se transmite única y exclusivamente por la voz. No son palabras lo que necesitamos, sino hechos. Son nuestras actitudes y nuestros actos los que lo deben gritar de modo inconfundible. Quiere decir que siempre, a cada instante, debemos dar testimonio de nuestra fe con nuestra vida.

Nuevamente, se dice fácil, pero ¿lo hacemos? Dediquemos hoy unos minutos a reflexionar en este crucial asunto. Tal vez debemos empezar por ahí; preguntándonos si para nosotros es efectivamente crucial, como lo sería el pago de una obligación que se encuentra en último día, o el recojo de una buena suma de dinero que por algún motivo alguien ha dispuesto entregarnos. O, por ejemplo, como la visita de unos amigos que llegan a alojarse por unos días en nuestra casa. Mejor aún, como la visita de alguno de nuestros hijos o nietos que vienen a quedarse con nosotros por una temporada.

Todas estas son situaciones determinantes en nuestras vidas. Lo son, porque no solo afectarán nuestro estado de ánimo, lo que todo el mundo notará cuando vayamos por todo lado anunciando la alegría y la ansiedad que nos produce tan grata e inesperada visita. Lo notarán en nuestras caras, en nuestros gestos, en nuestro ánimo y muchos nos lo dirán. Veremos de modificar nuestra rutina para adecuar nuestro tiempo a lo que sea que estos visitantes tan entrañables quieran. Modificaremos nuestro horario e incluso nuestras costumbres, incomodándonos todo lo que sea necesario y sin la menor mueca de desagrado.

Este mismo ánimo y convicción debía acompañar nuestros actos y actitudes cotidianas, sabiendo que el Señor ha Resucitado, cumpliendo Sus promesas y salvándonos del abismo de la muerte. ¡Hemos sido liberados! ¡Estábamos presos y condenados irremediablemente, esperando la ejecución de una sentencia cruel! Pero resulta que Jesucristo vino y se entregó incondicionalmente por nosotros, obteniendo nuestra liberación. ¡Somos libres! ¡Gritémoslo a voz en cuello! ¡Nuestro enemigo, nuestro verdugo cruel y despiadado ha sido derrotado! ¡Jesucristo ha venido a salvarnos y ya hemos sido salvados!

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Juan 10,31-42 – crean por las obras

Crean por las obras

…aunque a mí no me crean, crean por las obras, y así sabrán y conocerán que el Padre está en mí y yo en el Padre.

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Juan 10,31-42 – crean por las obras

Juan – Capítulo 10

Reflexión: Juan 10,31-42

Para el necio, siempre habrá motivos para no creer. Y es que somos testarudos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Muchas veces nos obstinamos en no dar nuestro brazo a torcer, por más contundentes que sean la pruebas. Algunas veces es por simple orgullo y soberbia. Como quiera que ya defendimos una postura opuesta, por quedar bien, preferimos sostener nuestra misma posición, aunque sea disparatada, con tal de no reconocer nuestro error.

No cabe duda que para creer hay que conocer. Por eso es tan importante la evangelización, porque nadie va a creer en Jesús, así porque sí. Mucho menos cuando confesarlo exige coherencia y valor, puesto que no basta decir que creemos, sino vivir en consecuencia, es decir, de modo coherente. De allí la obligación de evangelizar, es decir, de darlo a conocer. No se trata de algo loable, sino de un DEBER.

Nuevamente debemos apreciar que para el Señor no hay mentira ni engaño que valga. Para Él somos completamente transparentes, por más que queramos ocultar nuestras razones. Él todo lo sabe y todo lo ve. Por lo tanto son vanos nuestros esfuerzos por engañarlo. De nada sirve fingir que no entendemos, que no comprendemos o que no sabemos.

A algunos no nos gusta tener que hacer algo y menos en lo que concierne a Dios y la fe. Es como que nos revelara el solo hecho de TENER que hacer algo. Queremos que se nos invite voluntariamente y se nos deje decidir. Posiblemente ello sea correcto en determinadas decisiones, pero no con respecto a nuestra Salvación, porque para alcanzarla hay una sola respuesta posible: el amor.

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Lucas 10,21-24 – has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes

Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes

Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

Texto del evangelio Lc 10,21-24 

21. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
22. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
23. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven!
24. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.»

Reflexión: Lc 10,21-24

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Lucas 10,21-24 has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes

Es muy extraño que algo que estremece a Jesús por su sencillez, lo hayamos hecho tan intrincado y difícil. Hay un inmenso grupo en la Iglesia que se irroga en exclusiva la capacidad de leer, interpretar y comprender los evangelios.

Cabalmente hace unos pocos días discutíamos de esto con una hermana. Ella sostenía, como muchos, que hay que estudiar para interpretar la Palabra de Dios, que no es asequible para todos, por “ignorancia”. Precisamente lo contrario que dice Jesús.

¿Quién está equivocado? Evidentemente quien cree que la Palabra de Dios es para iniciados, para iluminados. ¡No señor! La Palabra de Dios es para todos pero preferencialmente para los pobres, los despojados, los excluidos, los humildes.

Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

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Lucas 10,17-24 – Jesús se estremeció de gozo

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.»

Texto del evangelio Lc 10,17-24 – Jesús se estremeció de gozo

17. Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre».
18. El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
19. Les he dado poder de caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
20. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo».
21. En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
22. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
23. Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!
24. ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!».

Reflexión: Lc 10,17-24

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Lucas 10,17-24 Jesús se estremeció de gozo

Pocas veces, si alguna más, encontraremos en los Evangelios la evidencia de tal estremecimiento en Jesús. No podemos dejar pasar una vez más esta manifestación. ¿Qué simboliza? ¿Qué nos transmite el Señor con esta actitud, con esta emoción tan elocuente, a la vez humana y divina?

El Señor participa de la alegría de Dios al constatar –no sabemos si una vez más o por primera vez-, que Dios Padre lo ha hecho todo Bien. Es una manifestación externa de alegría y al mismo tiempo de aprobación. Alegría por la perfección de la obra de Dios y por el amor que en esta manifiesta a nosotros.

Por eso nos atrevemos a reflexionar en que se trata de una alegría infinita respecto a una situación que tiene dos vertientes, como solo Jesucristo podía haberlas percibido: la humana y la divina. Alegrarse con Dios por lo que ha hecho por nosotros, y con nosotros por lo que Dios ha querido darnos.

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.»

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Lucas 11,1-13 – pidan y se les dará

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.

Texto del evangelio Lc 11,1-13 – pidan y se les dará

01. Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».
02. Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino,
03. danos cada día nuestro pan cotidiano;
04. perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación».
05. Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: «Amigo, préstame tres panes,
06. porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle»,
07. y desde adentro él le responde: «No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos».
08. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
09. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
10. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
11. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
12. ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
13. Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan».

Reflexión: Lc 11,1-13

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Lucas 11,1-13 pidan y se les dará

El Señor nos enseña a orar con la Oración más perfecta, aquella que Él crea para nosotros. Desde entonces todos los cristianos la repetimos en el mundo entero, incluso varias veces al día. El Señor nos enseña con qué insistencia debemos aprender a clamar y pedir a nuestro Padre.

Nuestra oración ha de ser incesante e incansable. No debemos temer importunar a Dios, porque el siempre estará dispuesto a atender nuestras súplicas, sin importar ni el día ni la hora.

El Señor tiene un Plan para cada uno de nosotros. Por lo tanto, todo lo que le pidamos, si ayuda a cumplirlo, nos lo concederá. Por eso es preciso aprender a discernir la Voluntad de Dios.

También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.

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Mateo 11,25-27 – nadie conoce al Padre sino el Hijo

Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.

Texto del evangelio Mt 11,25-27 – nadie conoce al Padre sino el Hijo

25. En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado.
26. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos.
27. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.

Reflexión: Mt 11,25-27

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Mateo 11,25-27 nadie conoce al Padre sino el Hijo

Tenemos 3 aspectos distintos que nos propone esta lectura para nuestra reflexión. Tres aspectos cuya relación trataremos de establecer. Lo primero a destacar es el beneplácito de Jesús que alaba al Padre por haber dado a conocer todo lo que parece oculto, a la gente sencilla.

La decisión de Dios de enviar a Su Hijo a este mundo, para que naciera de la Virgen María, esposa de José, en Belén, en un hogar pobre y perseguido, está seguramente incluida en esta alabanza.

Jesucristo está sanamente admirado y entusiasmado por esta decisión. ¿Por qué? Porque Jesucristo a estas alturas de Su vida constata por enésima vez que no hay nada más acertado que los Planes de Dios. Jesucristo está de acuerdo con Dios Padre.

Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.

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Mateo 11,25-30 – Vengan a mí los que van cansados

Texto del evangelio Mt 11,25-30 – Vengan a mí los que van cansados

25. En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado.
26. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos.
27. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer.
28. Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré.
29. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso.
30. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana.»

Reflexión: Mt 11,25-30

Hermoso fragmento de los Evangelios, que solo pueden llenarnos de paz y esperanza. ¿A quiénes? A los atribulados, a los apesadumbrados, a los explotados, a los que llevan pesadas cargas y se sienten como aplastados por ellas, porque no ven ninguna salida a una rutina lúgubre, densa, oscura, a la que se sienten engrilletados, sin poder ver el horizonte. Desde luego, esa no es la situación de todos, pero hay algunos, muchos entre nosotros que efectivamente sentimos que parece que es imposible levantar cabeza, que cuando no es una cosa, es otra, que pareciera que solo hubiéramos venido a este mundo a sufrir, ante la indiferencia de nuestros hermanos. Si nosotros mismos no lo estamos padeciendo, es algo con lo que podemos tropezar todos los días. Gentes condenadas a arrastrar duras cadenas, de las que pareciera que no tienen como salir, sin que alguien les eche una mano y les dé una nueva oportunidad. Las encontramos en las esquinas, recostadas sobre la pared, con las manos extendidas; o en los parques durmiendo abrigadas entre cartones; a la salida de los templos o en los niños limpiando los parabrisas de los carros por unos centavos. Pero no son solo ellos, sino también los cientos de miles de refugiados que se encuentran tocado las puertas de Europa, familias enteras, mendigando una posibilidad de seguir viviendo libres de la de violencia y el acoso a que se exponen diariamente en sus países, donde además escasean recursos tan esenciales como el agua y los alimentos. Es a toda esta gente que sobrevive angustiada, asustada, frágil, debilitada, deprimida, violentada, agotada, exhausta por interminables noches de insomnio, cansada de arañar piedras para obtener agua o alimentos, que se contentaría con los mendrugos que caen de nuestras mesas, con la comida que dejamos malograr en nuestra nevera y que luego arrojamos a la basura, es a estas personas, que son nuestros hermanos, que se dirige el Señor, ofreciéndoles alivio, amor, paz y esperanza. El Señor es el único que tiene la capacidad para restañar nuestras heridas, aun aquellas que llevamos desde hace años grabadas como un tatuaje. Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso.

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