Jesucristo se toma un tiempo para aclararles a los fariseos quién es Cristo en realidad. Ellos no quieren aceptarlo porque tienen la mente embotada. Ya han dejado anidar una idea ilógica en sus mentes y no están dispuestos a cambiarla. Se repite aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Jesús, a quien no podemos engañar, porque es la Luz que ha venido al mundo, atestiguando la Verdad, pone en evidencia la falta de lógica que sustenta la posición de los fariseos, que se resisten por soberbia a reconocer que Él es el Cristo, el Ungido, el Mesías, el Salvador.
Este rechazo de los fariseos a reconocer lo que es evidente, lo comparten hasta hoy con los judíos, quienes, por lo tanto, siguen esperando al Mesías prometido. Jesucristo no solo demostró con lógica su error citando las mismas Escrituras, sino que Su propia vida fue la mejor prueba que respalda Su afirmación.
Jesucristo es el Cristo, el Mesías, el Salvador prometido del que hablan las Escrituras. No solo procede del mismo linaje de David y en ese sentido podríamos decir que es su descendencia, sino que además es Hijo de Dios, tal como lo revela en varias ocasiones en los Evangelios, desde su concepción en el seno de la Santísima Virgen María.
Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.»
Reflexión: Juan 21,20-25
El Señor nos enseña en este texto a ser discretos, a no andar con chismes ni especulaciones respecto a los demás. Ocupémonos del seguimiento del Señor, especialmente en lo que concierne a nosotros, puesto que el Señor se ocupa de aquellos que están bien encaminados. Confiemos en Él y en nuestros hermanos.
Muchas veces somos víctimas de envidia y nos dejamos llevar por bajas pasiones, que, sobre todo en el caso de quienes tenemos cierto recorrido, no deben darse. Nuestro deber es evangelizar, es decir, llevar la Palabra de Dios a quienes no la conocen, a fin que se conviertan y se bauticen. Esta es una tarea común.
Todos cuantos hemos sido tocados por el Señor, hemos de seguirlo. Cada quien desde el carisma que le toque. No debemos perder tiempo en un excesivo celo en lo que hacen los demás hermanos, que para eso también ellos cuentan con el Espíritu Santo. Confiemos en Dios y en nuestros hermanos.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, créanlo por las obras. En verdad, en verdad les digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago
Dos reproches seguidos hace el Señor a los discípulos. Primero a Tomás, quien no sabe a dónde va y ahora a Felipe, que pide que les dé a conocer al Padre. Pero hace rato que el Señor viene manifestando que quien le conoce a Él, conoce al Padre, porque Él no hace sino la Voluntad del Padre, aquello que Él le manda. ¿Y, qué le ha mandado? Salvarnos. Para eso ha venido Jesucristo al mundo, no para condenarnos. Y es que el Padre no quiere que ni uno solo de Sus hijos se pierda. Esta ha sido la tarea encomendada a Jesús.
Todo lo que hace el Señor acredita lo que dice, por eso nos pide creerle, sino por su Palabra, al menos por las obras que realiza. Y son muchas las cosas extraordinarias que ya hemos visto a través de los discípulos y aun lo veremos resucitar al tercer día de entre los muertos y ascender al cielo. Todo eso es posible porque Él ha venido enviado por Dios; porque es Hijo de Dios y porque Éste le ha encomendado una Misión: Salvarnos. ¿Cómo hacerlo? Mostrándonos el Camino que conduce a Dios. ¿Por qué habríamos de creerle? Porque Sus obras acreditan sus Palabras.
Es preciso creer para salvarnos, porque solo creyendo haremos lo que nos manda. ¿Por qué? Porque Sus mandatos son exigentes, requieren sacrificio y entrega de nuestra parte. Lo que Dios nos manda, por boca de Jesucristo, es contrario a los caminos de este mundo. Jesucristo nos manda amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, en un mundo en el que cada quien quiere hacer o que le viene en gana, según sus deseos y comodidad, en el que se rinde tributo al dinero, a la fama, al placer y al egoismo; en un mundo donde pocos están dispuestos a sacrificarse por los demás.
¿Por qué hacer lo que Cristo nos manda? Solo porque Él dice que es el Hijo de Dios. ¿Qué pruebas nos presenta? Porque dice que Dios es nuestro Padre y que nos ha creado para que tengamos vida en abundancia. ¿Por qué habríamos de creerle, si encima amenaza nuestra comodidad y nuestras riquezas? ¿Por qué habríamos de dejar todo lo que tenemos y cambiar de camino? Solo si tuviéramos la certeza de una gran recompensa, que lo justifique, lo haríamos. Pero hay algunos entre nosotros que somos inmensamente ricos…¿Cómo vamos a dejar nuestro dinero, nuestros bienes y propiedades? ¿A cambio de qué? ¿Con qué seguridad? Por eso, tal como dice el Señor, ellos difícilmente entrarán en el Reino de los Cielos.
Vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva
Texto del evangelio Lc 7,19-23
19. los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» 20. Llegando donde él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» 21. En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. 22. Y les respondió: Vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 23. ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!
Reflexión: Lc 7,19-23
No se trata de grandes y encendidos discursos, ni de hablar con una elocuencia que deje a todos pasmados. No es el verbo, ni nuestra capacidad de persuasión la que debemos mejorar. No se requieren, por lo tanto, grandes estudios.
Tropezamos muchas veces con esta idea entre quienes empiezan a dar sus primeros pasos en la fe. Dicen que no se sienten preparados. Que les gustaría estudiar y aclarar mejor algunos temas. No podemos negar que algo de estudio ha de haber.
Pero no es el mucho estudiar el que nos prepara para dar testimonio cristiano. Y lo que realmente se requiere es: testimonio. El mejor testimonio lo dan nuestros actos, lo que hacemos y no lo que decimos. Esto es lo primero.
Vayan y cuenten a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
Texto del evangelio Lc 18,1-8 – en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia
01. Después les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: 02. «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; 03. y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». 04. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, 05. pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».» 06. Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. 07. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? 08. Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
Reflexión: Lc 18,1-8
Otra hermosa promesa de nuestro Señor Jesucristo. Él es más confiable que el Universo entero. Más seguro es que ocurra lo que nos dice y promete que la existencia de cualquier galaxia por más incuantificable que sea su edad para nuestras pobres mentes.
No es de eso de lo que tenemos que dudar. Más bien debíamos ocuparnos en alimentar y consolidar nuestra pobre fe. Hemos de ver al mundo y todo lo que hay sobre él, con otra perspectiva. Con la mirada de Cristo. Esta es Gracia que debemos pedir.
Lo que el Señor nos ofrece y promete va más allá de cuanto podemos imaginar y por su puesto está por encima de nuestra realidad doméstica, en la que solemos enclaustrarnos. Es natural que no podamos ni imaginar aquello que está más allá de nuestra existencia, sin embargo es eso precisamente lo que el Señor nos ofrece.
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
Texto del evangelio Lc 1,39-56 – bendita entre todas las mujeres
39. En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 40. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, 42. exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! 43. ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? 44. Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. 45. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». 46. María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, 47. y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, 48. porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, 49. porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! 50. Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. 51. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. 52. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. 53. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. 54. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, 55. como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». 56. María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Reflexión: Lc 1,39-56
El Ave María, la oración con la que todos los pueblos saludamos a la Virgen María, no es otra cosa que la selección de las mejores expresiones del Ángel, en la Anunciación, las palabras de María y de Isabel. Esta oración, por lo tanto, no ha sido inventada por nadie, sino que resulta de un arreglo de estas expresiones.
La oración es hermosa porque reúne estas expresiones de asombro y admiración, que no hacen nada más que intentar reflejar pálidamente el altísimo honor que le cabe a la Virgen María en la historia de nuestra Salvación.
Sin María, no hubiera llegado la Salvación a nosotros. Así de determinante es su aceptación incondicional al Plan de Dios. Por ello María se erige como modelo de virtudes. En María convergen todas las cualidades y atributos necesarios para hacer de ella el Icono de la fe de los cristianos.
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que cada uno perdone de corazón a su hermano.»
Texto del evangelio Mt Mateo 18,21-19,1 – perdone de corazón a su hermano
21. Entonces Pedro se acercó con esta pregunta: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces?» 22. Jesús le contestó: «No te digo siete, sino setenta y siete veces.» 23. «Aprendan algo sobre el Reino de los Cielos. Un rey había decidido arreglar cuentas con sus empleados, 24. y para empezar, le trajeron a uno que le debía diez mil monedas de oro. 25. Como el hombre no tenía con qué pagar, el rey ordenó que fuera vendido como esclavo, junto con su mujer, sus hijos y todo cuanto poseía, para así recobrar algo. 26. El empleado, pues, se arrojó a los pies del rey, suplicándole: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo.» 27. El rey se compadeció y lo dejó libre; más todavía, le perdonó la deuda. 28. Pero apenas salió el empleado de la presencia del rey, se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y casi lo ahogaba, gritándole: «Págame lo que me debes.» 29. El compañero se echó a sus pies y le rogaba: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo.» 30. Pero el otro no aceptó, sino que lo mandó a la cárcel hasta que le pagara toda la deuda. 31. Los compañeros, testigos de esta escena, quedaron muy molestos y fueron a contárselo todo a su señor. 32. Entonces el señor lo hizo llamar y le dijo: «Siervo miserable, yo te perdoné toda la deuda cuando me lo suplicaste. 33. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?» 34. Y tanto se enojó el señor, que lo puso en manos de los verdugos hasta que pagara toda la deuda. 35. Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que cada uno perdone de corazón a su hermano.» 01. Después de terminar este discurso, Jesús partió de Galilea y llegó a las fronteras de Judea por la otra orilla del Jordán.
Reflexión: Mt 18,21-19,1
Este comportamiento nuestro es el que seguramente ha dado lugar a la sentencia aquella: más papista que el Papa. Es que muchas veces somos inflexibles e intolerantes con los errores de los demás. Sin embargo reclamamos comprensión cuando somos nosotros los que fallamos.
¡Qué difícil nos resulta reconocer –con humildad- que nos hemos equivocado. No podemos extirpar de nuestros corazones la ponzoña originada por una ofensa o un desaire. Pero reclamamos benevolencia y comprensión -¡una oportunidad más!-, cuando el error o la falta ha sido nuestra.
Queremos obtener buenos frutos, cuando hemos sido incapaces de sembrar buena semilla. No damos buen ejemplo a nuestros hijos. No nos comportamos amablemente con nuestros vecinos. No somos tolerantes con nuestros compañeros. ¡Sin embargo, cómo nos duele que uno de ellos nos falle! ¡No se lo perdonamos!
Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que cada uno perdone de corazón a su hermano.»
«Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
Texto del evangelio Lc 10,38-42 – una sola es necesaria
38. Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. 39. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. 40. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». 41. Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, 42. y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
Reflexión: Lc 10,38-42
Andamos medio desubicados. Esto se debe a que nuestra vida carece de norte. Hemos puesto en el centro una serie de cosas sin importancia. Sin embargo nos preocupamos absurdamente por ellas. Nos quitan la vida.
Es tiempo de ponernos a pensar seriamente que es lo que más nos importa. Y para evitar palabras que no reflejan la realidad objetiva, preguntémonos en qué invertimos nuestro tiempo. Por ejemplo, ¿a qué dedicamos nuestros fines de semana?
Todo nos angustia y preocupa por anticipado, porque queremos tenerlo todo controlado. Sin embargo, si ahondamos un poco constatamos que muchas veces andamos preocupados por situaciones secundarias.
«Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada».