San Juan 20,19-31 – perdonen los pecados

perdonen los pecados

«Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.»

II Domingo de Pascua / de la Divina Misericordia| 07 de Abril del 2024 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

perdonen los pecados

Parece muy importante distinguir el momento en que el Señor instituye el Sacramento de la Penitencia, mandándoles que perdonen los pecados. Hace unos días que acaba de pasar por la Pasión, Muerte y Resurrección. Podemos decir sin temor a equivocarnos que ha cumplido la Misión encomendada.

Claro, esto no es tan evidente para el que no cree. Peor aún para el que se resiste a creer. Las evidencias históricas están ahí. Y, todos los testigos a los que el Señor reservó este papel, incrédulamente y con temor, en principio, lo han podido certificar finalmente, tocando sus heridas y comiendo con Él.

¡Ha Resucitado! ¡Está vivo! No hay duda. Pero hay algo distinto en Él, porque se aparece y desaparece a Su gusto. Incluso atraviesa paredes, cosa que antes no hacía. Está vivo en un cuerpo glorioso. Esto se irá comprendiendo cada vez más como el estado que todos alcanzaremos en la Vida Eterna.

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Sobran razones para que perdonen los pecados

Acaban de pasar por aquel terrible acontecimiento que terminó con Jesucristo en la cruz. El papel de todos los que ahora están ahí con Él fue lamentable. Todos deben estar avergonzados íntimamente por ello.
Han experimentado la fragilidad humana.

Casi simultáneamente, sin embargo, han experimentado la alegría más grande, al constatar que Jesucristo ha Resucitado. Que de la muerte se ha levantado triunfante. ¡Cuánto alivio en la culpa que los embargaba, lo que hace más grande su alegría!

Y Jesucristo, en vez de tacharlos, descartarlos y olvidarlos, sin el menor atisbo de rencor les ha salido al encuentro. Es como si les dijera: ¡Qué bien se sienten perdonados! ¿Verdad? Pues ahora denles ese mismo alivio a sus hermanos: Perdonen los pecados.

Bendita sea Tu Misericordia Señor

Si algo distingue al Señor es que todo lo ha hecho de modo distinto al de cualquier hombre, sin dejar de ser hombre. Jesucristo rompe los moldes; rompe los esquemas. No es predecible, a menos que comprendamos que hemos de nacer de nuevo.

Esto es lo que el Señor nos pide y facilita con la Gracia del Espíritu Santo que recibimos en el bautismo. De allí la importancia de este Sacramento conocido como el de la iniciación cristiana. Sin la Gracia de Dios por acción del Espíritu Santo, lo que se nos pide resulta imposible.

Para aproximarnos ligeramente a Su modo de ver el mundo, a Su modo de actuar, a Su Voluntad y Su amor incondicional, necesitamos vivir en Gracia. El perdón de los pecados, al borrar nuestras faltas, blanquea por completo nuestras almas.

El Señor nos envía

Todo lo que han vivido los discípulos y los apóstoles, y nosotros con ellos, nos ha venido preparando para el envío. El Señor ha cumplido Su Misión. Ahora nosotros, los hombres, sus hermanos, tenemos la palabra. El Camino está expedito. Lo tomamos o lo dejamos.

Él ha hecho todo lo que le concernía. Sin duda seguirá apoyándonos mediante el Espíritu Santo que nos guiará hasta la Verdad completa. Pero las puertas del Cielo, de la Vida Eterna están abiertas para la humanidad entera. Podemos atravesarlas o desdeñarlas.

Todos estamos llamados y enviados. Llamados a pasar y enviados a dar testimonio de Jesucristo a nuestros hermanos, presentándoles estos misterios, a fin que no se pierdan por desconocimiento. Somos responsables de nuestra comunidad.

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