No teman
Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No teman: vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Lunes de la Octava de Pascua| 01 de Abril del 2024 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Hechos 2,14.22-33
- Salmo 15,1b-2a y 5.7-8 9-10.11
- San Mateo 28,8-15
Reflexión sobre las lecturas
No teman
Siempre que nos ponemos frente a la Palaba de Dios tenemos que hacer el esfuerzo de aproximarnos a ella con devoción y respeto. Es el Señor el que quiere dirigirnos Su Palabra en este particular momento de nuestras vidas. No somos nosotros los que hemos elegido el texto.
Dejemos de lado nuestra soberbia y arrogancia. Atendamos sus Palabras. No teman, nos dice. ¿Por qué y a qué tendríamos que temer? ¡Jesús está vivo! Hace tan solo unas horas fuimos testigos de su muerte, sometido a castigos insoportables. Lo desfiguraron sin piedad.
Lo vimos padecer, pero ninguno se atrevió a salir en su defensa. Todos callamos. Interiormente nos incriminábamos nuestra falta de valor. Por otro lado, no llegábamos a entender por qué Él siendo Dios tenía que someterse a tales ultrajes.
No teman, soy yo
De algún modo, en todos sus discursos nos venía advirtiendo lo que ocurriría. Pero nosotros no llegábamos a entender. Sabíamos que algo extraordinario estaba por suceder, pero nunca nos imaginamos que seríamos testigos de tan brutal crimen.
Nos quedamos helados. No atinábamos a nada. Estábamos por ahí los más cercanos. Podíamos distinguirnos unos a otros entre la multitud. Alguien, tal vez, tomaría alguna iniciativa. Entonces quizás varios lo secundaríamos.
No podíamos seguir presenciando atónitos tanta inmerecida crueldad. Algo se nos ocurriría. Quedamos petrificados cuando Pedro lo negó. Poco a poco todos huían y se escondían. ¡Lo dejamos totalmente solo frente a sus despiadados enemigos!
No, no queremos temer
Pero hay algo que nos congela la sangre. No hubiéramos querido tener que presenciar este luctuoso espectáculo. ¿Cómo sacarlo de nuestras mentes? Nos perseguirá por siempre la culpa. Algo pudimos hacer. Es seguro que el Señor confiaba en nuestra ayuda.
No teman, nos había dicho cuando caminaba sobre las aguas. No teman… Él lo podía todo. Perdonó pecados, dio de comer a toda una multitud, curo leprosos, paralíticos, endemoniados. Hasta le vimos resucitar muertos.
¿Por qué ahora no daba ninguna muestra de su poder contra sus enemigos? Tal vez si hubiera manifestado algún gesto de rebeldía alguno de nosotros se hubiera animado a seguirlo. Pero ni Él ofreció resistencia visible alguna, ni ninguno de nosotros salió a defenderlo.
Murió irremediablemente
Así, luego de tan atroces padecimientos, murió crucificado, entre ladrones. El hombre que pasó haciendo solo el bien, que no había hecho mal a nadie, murió como un delincuente. El Mesías, a quien seguían multitudes, murió sumido en la más amarga soledad.
Solo Su madre y el discípulo amado estuvieron al pie de la cruz en aquel momento. ¡Cuánto dolor habrían de sentir en sus corazones! ¡Qué impotencia! ¡Silencio infinito! ¡Qué oscuridad!
La tierra tembló. El velo del templo se rasgó. Las tumbas se abrieron. No, no era aquél un muerto cualquiera. Habría de resucitar. Esto que se les antojaba por momentos tan irracional lo guardaban muy dentro de sí mismos Su madre y el discípulo amado. ¡Resucitará!
Y, resucitó. No teman.
Fue este el gran encuentro del que somos testigos en los versículos de este Evangelio. Dijo que resucitaría y así lo hizo. ¡Qué experiencia insólita! ¡Nada se parece a este encuentro! ¡El corazón late a mil por hora! Se nos hace un nudo en la garganta.
No sabemos si gritar o llorar; correr, saltar. ¡Ha Resucitado! Jesucristo es el Señor, nuestro Dios, Hijo único del Padre. Por Él y con Él somos todos hermanos. Y, aunque lo abandonamos, Él no nos ha negado. “Vayan a comunicar a mis hermanos…” ha dicho.
Jesucristo ha resucitado. Eso lo cambia todo, dando sentido a la historia. Nuestra existencia tiene sentido, porque le hemos conocido y sabemos a ciencia cierta que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Creemos en Él y en el Evangelio. Solo Él tiene Palabras de Vida Eterna.
Oración
Padre amado, te damos gracias por enviaros a Jesucristo nuestro Salvador. Te pedimos que fortalezcas nuestra fe y nos des el valor, coraje y sabiduría para seguir fielmente a Jesucristo y proclamar el Evangelio. No nos deje caer en las tentaciones de este mundo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.
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