Juan 21,15-19 – tú lo sabes todo

tú lo sabes todo

“Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.”

Viernes de la 7ma Semana de Pascua | 18 de Mayo del 2018 | Por Miguel Damiani

Lecturas de la Fecha:

Reflexión sobre las lecturas

tú lo sabes todo

No hay forma de ocultar, evadir o engañar al Señor. Eso es lo que reconoce Pedro, con pesar, pues en realidad Él siempre lo supo y sin embargo lo negó. Es a este mismo que, conociendo sus flaquezas, Jesús encarga a Sus ovejas, es decir, a Su Iglesia.

La decisión del Señor de encomendar esta delicada Misión a Pedro, quien le había negado previamente hasta en tres ocasiones, es una muestra evidente del inmerecido amor que Jesucristo tiene por nosotros, más allá de cualquier encargo que pudiera encomendarnos.

tu_lo_sabes_todo

No es en nuestra fuerzas, ni en nuestra fragilidad que Él confía, pues a Él no se le escapa que somos vulnerables. Sin embargo y a pesar de ello, cuenta con nosotros, aun para tareas tan delicadas como la que encomienda a Pedro.

No somos nosotros, por lo tanto, no son nuestros méritos los que nos hacen acreedores a la confianza del Señor. Es Su decisión la que determina nuestra elección, por encima de nuestra debilidad o fragilidad.

Es Él que quiere contar con nosotros, en la función en que muchos de nosotros, con nuestros criterios, jamás hubiéramos confiado. ¡Es Él que nos salva! ¡Es Él quien hace la diferencia! Si hubiera dependido de nosotros, la salvación no hubiera llegado. ¡Qué palabras tan duras!

Nosotros siempre estamos dispuestos a condenar. Somos demasiado proclives a ver la paja en el ojo ajeno y no reconocer la viga que tenemos en el nuestro. Tenemos que entender de una vez que no hemos sido salvados por mérito alguno.

No es lo que hacemos o dejamos de hacer nosotros lo que nos salva. Es la Voluntad de Dios; es Su Infinita Misericordia; es Su Amor el que ha traído para nosotros Su Salvación. Él hace la diferencia. Él inclina la balanza a nuestro favor.

Conociendo nuestras falencias, conociendo nuestras debilidades, conociendo íntimamente nuestros defectos y fragilidades, Él quiere confiarnos Su Reino, la Vida Eterna. ¿Por qué? ¡Por amor! Lo decimos fácilmente, pero nos cuesta comprender.

¡Más aún! Nos cuesta hacer lo mismo con nuestros hermanos. Y, eso es lo que nos pide Jesús: que nos amemos unos a otros como Él nos ha amado. Esa es la medida; ese es el baremo. Estamos muy prestos a recibir, pero qué duros somos para dar.

A veces, sin darnos ni cuenta, condenamos a nuestros hermanos a la muerte en vida. Los matamos en nuestro interior, por nimiedades. Porque no nos miró como queríamos, porque no hizo lo que esperábamos, porque no se portó según nuestro patrón.

¿A cuántos hacemos el esfuerzo por comprender? ¿Por qué son siempre los demás los que deben hacer el esfuerzo en comprendernos? ¿Y, así tenemos el descaro de llamarnos cristianos? ¿Dónde y cuándo vimos actuar a Cristo de este modo?

Veamos y comprendamos de una vez por todas cómo Cristo ve y redime a quien fue capaz de negarlo hasta en tres ocasiones, buscando salvar su propio pellejo. Si Jesucristo no lo condena, por qué nosotros andamos tan prestos a condenar a nuestros hermanos por nimiedades.

¿Quiénes somos nosotros para negar el amor a quienes nos lo piden? ¿Quiénes somos para poner tremendas exigencias en los hombros de nuestros hermanos? ¿No podríamos ser un poco más comprensivos y dóciles?

Con la misma vara con que medimos, seremos medidos. Hagamos el ejercicio de olvidar, perdonar y amar como Jesucristo lo hace. No pongamos como exigencia nuestros criterios, nuestros gustos, nuestros deseos. Amemos sin esperar nada a cambio.

Finalmente, ¿qué mejor ejemplo podemos encontrar de la forma en que un maestro debe amar a sus discípulos? A aquel que muchos hubiéramos condenado, le confía la mayor dignidad. ¿Qué otro modo habrá de ejercerla, sino sirviendo, perdonando y comprendiendo?

¡Cuánto nos ha amado el Señor! ¡Él es nuestro ejemplo! Amémonos unos a otros como Él nos ha amado. Pongamos en ejercicio este amor en nuestra vida cotidiana, en nuestro día a día, en cada situación que debemos afrontar.

Oración:

Padre Santo, danos un corazón limpio y puro como el de Jesús, para amar a nuestros cónyuges, a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros y a nuestro prójimo en general, como Él nos ha amado. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

(2773) vistas

Imágenes Relacionadas:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *