lo reconocieron
“Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.”
Miércoles de la Octava de Pascua | 03 de Abril del 2024 | Por Miguel Damiani
Lecturas de la Fecha:
- Hechos 3,1-10
- Salmo 104,1-2.3-4.6-7.8-9
- San Lucas 24,13-35
Reflexión sobre las lecturas
lo reconocieron
Dice el Evangelio de hoy que los discípulos de Emaus lo reconocieron porque tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los iba dando. ¿Cómo podremos reconocerlo nosotros, si no le conocemos? Es preciso que profundicemos en la lectura y meditación de las Escrituras.
Claro, diremos, ellos estuvieron con Él y presenciaron tantas cosas y sin embargo no lo reconocieron a la primera. ¡Con mayor razón! Es muy importante que hagamos de la lectura y meditación de los Evangelios un hábito cotidiano en nuestras vidas. Tenemos que conocerle para reconocer su presencia en nuestras vidas.
El bendecir, partir y distribuir el pan es posiblemente uno de los elementos más importantes y centrales de nuestra fe. Es posiblemente la práctica cotidiana y universal más importante establecida por nuestro Señor Jesucristo. En ella se nos da como verdadera comida y bebida.
Lo reconocieron al partir el pan
El Señor al abordarles en el camino (¡qué importante: el camino!) les explico todas las Escrituras, a lo que seguramente iban respondiendo con uno u otro asentimiento. Pero no fue hasta que se sentaron en la mesa, bendijo, partió el pan y se los dio hasta que lo reconocieron.
Fue entonces que desapareció de su vista. ¿Por qué? Ya no hacía más falta. Era momento de recapacitar, discernir y ponerse en camino. El Señor viene a iluminar nuestras vidas. A sacarnos de la confusión, de la postración, de la indiferencia o la tristeza.
Nuestro amado Señor pone ante nuestros ojos y los de aquellos discípulos prácticamente lo que sería una celebración Eucarística. Primero les explica las Escrituras, luego bendice, parte y reparte el pan, que no es otra cosa que Su Cuerpo y Su Sangre. De este modo revive en ellos el fuego que les dará la certeza de ponerse en camino.
Reconocer a Jesús en nuestras vidas
De esto se trata la vida cristiana: de percibir la presencia permanente de Jesucristo en nuestras vidas. De reconocerlo y hacer de ello el motivo y razón de nuestra existencia. El vive para nosotros, por nosotros y por aquellos que no le conocen, a los que hemos de llevarle cada día.
Conocerle para entonces reconocerle en cada segundo de nuestras vidas, con nuestro testimonio vivo. Es que ser cristiano es una forma de vida, no una etiqueta. Es llevarlo a Él en nuestras entrañas; en lo más recóndito de nuestro ser.
¿Cómo logramos eso? Comiendo y bebiendo cada día Su Cuerpo y Su Sangre que Él nos prodiga al bendecir, partir y distribuir el pan. Es El mismo que lo hace cuando cada sacerdote bendice, consagra y reparte entre nosotros la Eucaristía.
La Eucaristía el centro de nuestra vida cristiana
Ya había instituido Jesús en la última cena los Sacramento de la Eucaristía y el Sacerdocio. Hoy los revive para estos discípulos y en ellos para todos nosotros, como el centro del seguimiento de Cristo. Este solo acto implica y contiene Todo.
Cómo no iba a ser, si en este trozo de pan (en la hostia) está contenido todo Él. Reconocerlo, recibirlo y dejar que arda en nuestros corazones y en todo nuestro ser, es la única garantía de nuestro proceder cristiano. Solo entonces somos verdaderamente suyos. Cuando le aceptamos y dejamos que Él obre en nosotros.
Jesús está aquí, con nosotros, entre nosotros, con su mismo Cuerpo Glorioso con el que resucitó. No siempre somos capaces de verlo y sentir su presencia porque, como los discípulos de Emaus, estamos ciegos. Hay una serie de ataduras, prejuicios, miedos y razonamientos que nos impiden verlo.
Jesucristo ha Resucitado
Él nos acompaña cada día, como hizo con estos discípulos. Él sale a nuestro encuentro. Somos nosotros los que no le damos el espacio. Él debe ser el primero a quien se dirigen nuestras miradas y pensamientos. A Él debemos saludar en primer lugar.
Nuestras primeras conversaciones han de ser con Él, para ordenar nuestra vida y escuchar y descubrir cuál es la Voluntad de Dios. Ponernos por completo a Su disposición y andar en su permanente compañía. Él será permanente testigo y primer interlocutor en todo pensamiento, conversación y acción.
Vivimos por Él y para Él. Sin Él no haceos nada. Él gobierna nuestras vidas. Por eso lo primero es la oración, la lectura de Su Palabra y la Comunión. Él va por delante en todo momento y obramos según su inspiración y sus mandatos. Así, no fallamos nunca.
¿Quién conoce mejor que Él el amor?
No hay ningún cuidado o peligro de error o equívoco si hacemos lo que nos dice. Y todo cuanto hagamos tendrá por centro el amor, porque Él es amor. No hay duda que de este modo obraremos lo mejor para cuantos nos rodean: padres, hijos, esposas o esposos, familiares, amigos y enemigos.
Claro, para eso hace falta fe, creer en Él. Pero esta es Gracia que Él nos concederá si se la pedimos humilde y sinceramente. Hemos de tener confianza y esperanza. Dejarlo obrar en nosotros. Esta es la mejor garantía. Todo con Él. Nada sin Él.
El principal obstáculo somos nosotros mismos, es cierto. Pero también lo es que nosotros somos el vehículo. Y que nadie hará por nosotros lo que estamos llamados a hacer. Tenemos una Misión que cumplir, que solo alcanzaremos con la Gracia de Dios.
Oración
Pidamos a nuestro Padre Santo, que nos de la Gracia de obrar según su Voluntad cada segundo de nuestras vidas. Que seamos el mejor cause de su amor para cuantos nos rodean. Que nos permita pulir nuestros defectos, dominar nuestro carácter, superar nuestra soberbia y sobreponernos a todas nuestras limitaciones, para ser luz del mundo, consuelo para los que sufren y alegría para todos, a semejanza de Aquél por quien vivimos. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
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