los invitados no eran dignos – Mateo 22,1-14

los invitados no eran dignos

“Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren, invítenlos a la boda.”

Jueves de la 20ma Semana del T. Ordinario | 23 de Agosto del 2018 | Por Miguel Damiani

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Reflexión sobre las lecturas

los invitados no eran dignos

Posiblemente aquí podemos encontrar una de las llamadas más directas a la forma en que debemos responder al llamado del Señor. Primero, no podemos dejarlo esperando. Segundo, no podemos postergarlo y tercero, tenemos que acudir debidamente preparados.

El Señor nos hace ver cuál debe ser Su lugar en nuestras vidas. No es que a Él le gusten las pompas y las distinciones en el sentido que nos gustan a nosotros, más aún si ocupamos un cargo político de importancia.

los invitados no eran dignos

Eso no es lo que busca el Señor, de otro modo no hubiera nacido como el más humilde sobre la tierra, ni se hubiera entregado a muerte tan cruel e indigna como aquella que tuvo que padecer por salvarnos del pecado y de la muerte.

El Señor dio su vida por nosotros; nadie se la quitó. Nadie podría arrebatarle nada, si Él no lo hubiera dejado. ¡Qué misterio hay en esta entrega de Jesús, hasta el extremo de morir por nosotros, sacrificado entre bandoleros!

Jesús no ha venido para que lo exaltemos y le demos tributo. Él no necesita de nuestras alabanzas ni de nuestra adulación. Ni si quiera de nuestro amor. Él ha venido a SALVARNOS. Para eso es preciso que le conozcamos, lo escuchemos y hagamos lo que nos manda.

“Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren, invítenlos a la boda.”

Esta es entonces la razón por la que debemos volver nuestros ojos a Él, ponerlo en primer lugar en nuestras agendas y acudir inmediatamente a Su llamado, porque no debe haber nada en nuestros planes y decisiones antes que Él.

Puesto que siendo Dios, se ha rebajado como el más humilde de los mortales hasta morir en la cruz por nosotros, debemos tenerlo en la más alta consideración, hasta el extremo de dejarlo todo por atender Su llamado. ¡Nada ni nadie puede ser más importante!

Él ha de ser la razón de nuestras existencias, cuanto más si cuando nos llama es para participar en una Boda. No nos llama al patíbulo, ni si quiera a un trabajo. Nos llama a una fiesta. ¿Cómo podríamos despreciarlo? ¿En qué cabeza cabe? ¿Por qué motivo?

Si mañana recibes una invitación del presidente de tu nación invitándote a un Banquete de Gala, ¿dejarías de ir? ¿Y si manda un emisario a invitarte personalmente? ¿Te negarías? Aun dudando de su moralidad, irías. ¡Cuánto más si el que te invita es Dios!

Sin embargo, cosa extraña, lo dejamos con los crespos hechos; lo desairamos. ¿Por qué? ¿Con qué derecho? ¿Con qué pretextos? ¿Es que puede haber algo que no podamos dejar por asistir al llamado del Señor? ¿Puede haber algo más importante?

“Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren, invítenlos a la boda.”

¿No estaremos evidenciando un extravío total? ¿Será que no hemos madurado lo suficiente? ¿Será que estamos en una crisis sicológica o emocional indescriptible? ¿Será que hemos sido víctimas de engaño? ¿Será que nos hemos dejado seducir por la soberbia y la mentira?

Tal afrenta, tal desconocimiento de la majestad de Dios, ¿no será evidencia suficiente para diagnosticarnos falta de sentido común? ¿Es que se precisa de diplomas, pergaminos y riquezas para entender quién es Dios y qué lugar debe ocupar?

Tenemos que concluir que es completamente lógico y razonable que acudamos inmediatamente a Su llamado y con la adecuada disposición. No solamente iremos, sino que nos prepararemos adecuadamente para asistir, como corresponde.

Iremos temprano, muy bien perfumados y vestidos con nuestras mejores galas. ¿Qué quiere decir esto? Que no pasaremos por encima de nadie para ir, que nos esforzaremos por llevar nuestra hoja de vida con el registro de todos aquellos méritos que no nos avergüencen ni avergüencen a nuestro Señor cuando se anuncie nuestra entrada.

¡Qué no los tenemos! ¡Pues que esperamos! ¡En cualquier momento llega el emisario con nuestro nombre estampado en la tarjeta de invitación, y entonces ya no habrá tiempo! ¡Empecemos en este mismo momento a alistarnos!

Hagamos de cuenta que ya ha llegado nuestra invitación y empecemos por llenar todos los requisitos que nos serán pedidos en la puerta para entrar al Banquete. Recordemos que al final de nuestras vidas seremos interrogados sobre el amor.

“Entonces dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren, invítenlos a la boda.”

Que no estudié, que no pude tener el éxito económico, ni social, ni político que hubiera podido alcanzar con todo lo que recibí. ¡Seguramente! ¿Pero amaste? ¿O tal vez ese fue el motivo de tu tristeza, amarguras y cerrazón egoísta, lamentándote y auto compadeciéndote, sin salir de ti.

Lo que hayas hecho o dejado de hacer, no tiene importancia ahora. Marca a partir de este momento una nueva etapa en tu vida. Empecemos hoy, ahora y aquí a cambiar. ¡No dejes para mañana nada, que no sabemos si estaremos aquí! ¡Empecemos, ya!

¿Qué debemos hacer? Poner a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo antes que nosotros. Es decir: ¡Amemos! ¡Eso es todo lo que tenemos que hacer! ¡Deja de mirarte el ombligo! ¡Dejemos de auto referenciarnos! ¡Dios ha de estar en el centro de nuestras vidas!

Oración

Padre Santo, no permitas que por ningún motivo nos hagamos indignos de asistir al Banquete de Bodas al que hemos sido invitados. Que sin importar lo que hayamos podido hacer o dejar de hacer hasta el día de hoy nos propongamos a partir de este momento hacer Tu Voluntad, de modo tal que nos encontremos completamente listos el día y la hora en que nos llegue finalmente La Invitación . Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos…Amén.

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