Yo los he elegido a ustedes
No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca

Reflexión: Juan 15,12-17
Cristo, luego de darnos a conocer el resumen de la ley y los profetas en los dos únicos mandamientos de “amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”, nos da su propio mandamiento que en realidad condensa el anterior: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Y, ¿cómo nos ha amado Jesucristo? Él mismo lo dice en este texto, hasta dar su vida por nosotros. Esa es la medida, ese el extremo al que hemos de llegar.
Cuantas veces nos irritamos y perdemos la paciencia con los nuestros, con nuestros cónyuges o nuestros hijos, por tonterías, por caprichos o por malos entendidos que dejamos prosperar por falta de caridad. Cuantas veces en la calle perdemos los papeles por una nimiedad. Debemos hacer el esfuerzo de resistir a estas reacciones abruptas que muchas veces tienen su origen en la soberbia o el egoísmo.
Exigimos un trato acorde con nuestro estatus de padre, abuelo, maestro, profesional, jefe, letrado, autoridad, político o miembro de la curia y por este solo detalle dejamos de ver en el hermano o hermana -que por alguna razón nos interpela-, a Jesucristo. Es más fuerte en nosotros el deseo que nos reconozcan, que nos agradezcan, que nos den nuestro lugar, que nos distingan dándonos “el trato que merecemos”, antes que aprovechar la oportunidad de establecer contacto con el prójimo y amarlo, como nos manda Cristo.
Otras veces simplemente nos escondemos en nuestra coraza invisible de egoísmo e indiferencia, para no dejar que se altere la paz y comodidad en la que vivimos. Hacemos caso omiso de lo que sucede más allá de nuestras narices, para no comprometernos, ni vernos envueltos en “problemas ajenos”. Poco a poco vamos endureciendo nuestros corazones, hasta no dejarnos afectar por nada ni por nadie. A eso contribuye la cultura de muerte en la que vivimos inmersos, las noticias, la televisión e internet que paulatinamente van adormeciendo nuestras conciencias hasta hacernos completamente indiferentes. Nos dejamos inocular por una vacuna contra todo lo que no sea yo, mi me, conmigo.
No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca
El Señor nos manda exactamente lo contrario. Esta es la gran dificultad de ser cristiano: hemos de ir contra el mundo, ejerciendo violencia contra el egoísmo, la comodidad y la indiferencia. El amor está en las antípodas de lo que propone el Príncipe de este mundo. Amar exige valor, ejercer la voluntad para nadar contra la corriente. El amor exige entrega, desprendimiento, sensibilidad, empatía, comprensión, esfuerzo y fe.
El punto de partida del amor es la fe. Fe en Dios que nos amó primero, que nos dio la vida sin que mediara condición alguna, que se ha ocupado de poner a nuestro alcance lo necesario para que seamos felices y alcancemos la vida eterna. Fe en que, cuando se hubo cumplido el tiempo, envió a Su Hijo Jesucristo a Salvarnos, lo que Él hizo muriendo en la cruz y resucitando al tercer día conforme a la Voluntad del Padre y en que nos tiene reservado un lugar en el Cielo, que para alcanzarlo debemos cumplir sus mandamientos.
Si nosotros creemos en Dios y Su amor Infinito, haremos lo que nos manda. Creer y amar son indisolubles. Amor es la forma en que se expresa la fe. Quiere decir que la fe tiene que evidenciarse en las acciones cotidianas de nuestra vida, de un solo modo: amando. Solo entonces estaremos cumpliendo el mandato Divino. Amamos, porque creemos. El amor es el resultado del ejercicio de la voluntad puesta al servicio de la fe. Porque creemos, amamos.
Finalmente, nos resulta sumamente tierno y halagüeño que nosotros vamos pensando que decidimos sumarnos al Camino que Jesucristo nos propone, cuando es en realidad Él quien nos escoge y llama. ¡Tan grande es su amor, que nos va preparando, paulatinamente, con mucha paciencia, condescendencia y cariño! Los tiempos de Dios son distintos a los nuestros. Él sabe cómo atraernos. Solo tenemos que dejarnos amar.
Padre Santo, Padre Bueno, te damos gracias por todo el amor que nos has prodigado incondicionalmente, por la paciencia y el cariño con el que has sabido esperarnos, hasta que finalmente hemos podido ver y sentir con nuestros propios ojos, con nuestra mente y corazón, que más que Tú nadie nos ha amado. Danos perseverancia para permanecer en tu amor y sabiduría y caridad para compartirlo con nuestros hermanos, te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.
No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca
(6273) vistas