El Reino de los Cielos
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.

Reflexión: Mateo 13,44-52
¿Por dónde empezar esta reflexión? El Señor no puede ser más claro respecto al Reino de los Cielos. Se trata de un tesoro por el cual debíamos estar dispuestos a dejarlo todo. No hay nada en este mundo que merezca tanto la pena como el Reino de los Cielos.
De eso quiere convencernos y de eso debíamos estar convencidos como seguidores de Cristo. Y efectivamente muchos lo estamos, sin embargo nos cuesta ser consecuentes en el tiempo. Es decir que no lo manifestamos en nuestro día a día, cada segundo de nuestras vidas.
Tal vez eso sea lo más difícil: ser consecuentes. Se nos ocurre en este momento que es como estar asidos a una cuerda sobre un precipicio. ¡No podemos soltarnos porque caeríamos y moriríamos! ¡Nosotros lo sabemos! Además, es evidente ante nuestros ojos.
Todo lo que tenemos que hacer es subir, sin desprendernos de la soga, lo que es posible, aun cuando a veces represente cierta dificultad. Debemos resistir. Es nuestro peso el que debemos cargar y estamos preparados para ello. Peo hay momentos en que la fatiga nos invade.
Entonces, en vez de subir, estamos tentados a dejarnos caer. Más aun, a saltar sobre unas burbujas de aire multicolores que suben ante nuestros ojos, que nos invitan a llevarnos cómodamente instalados a otro lugar.
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
Sabemos que su ofrecimiento es engañoso, porque vemos a cada nada explotar las burbujas y caer a sus ocupantes al vacío, haciéndose añicos en el fondo. Pero algunas parecen perderse en el horizonte. Se pierden, es verdad, pero ¿si fuera cierto que alcanzan el descanso y la felicidad eterna?
Eso es lo que nosotros queremos, porque estamos fatigados. Nuestros brazos no resisten y aunque podemos ver el final de nuestro recorrido allí sobre nuestras cabezas, a veces se nos antoja interminable. Estamos cansados. Tentados de dejar lo único cierto, concreto y definitivo: la cuerda de la que pendemos, que nos conduce al Cielo.
El Señor nos habla de lo que hay allí arriba. Él mismo sube por una cuerda similar a la nuestra, enseñándonos que es posible, que ese es el Camino. Esa es la Verdad. Lo demás es engaño e ilusión. Él nos lo dice y le creemos. Nos ha dado señales para hacerlo.
¡Tenemos que seguir adelante! ¿Estamos solos en este esfuerzo? ¿Es más descomunal que nuestra capacidad? ¿Finalmente seremos vencidos? ¿Es que se nos propone un reto inalcanzable? ¿Será que Dios goza con nuestro padecimiento y los peligros que afrontamos?
¿Qué nos dice Dios a través de Jesucristo su Hijo, su Enviado y nuestro Salvador? Primero, que Él es nuestro Padre. Que nos ha creado por amor. Que solo quiere el Bien, la Felicidad y la Vida Eterna para nosotros.
Que nos ha dado todas las cualidades necesarias para alcanzar el propósito para el cual fuimos creados. Que somos nosotros, en el uso de nuestra libertad, los que decidimos abandonar el Paraíso, extraviándonos y exponiéndonos a la muerte eterna.
Que fue en tal situación, estando por perderos para siempre, que Dios Padre, Infinitamente Misericordioso envía a Su Propio Hijo a Salvarnos. Él nos enseña cómo. ¡Hemos de hacer lo que Él nos manda! ¿Y qué nos manda? ¡Amarnos los unos a los otros! Esa es la cuerda a la que debemos asirnos, la única que nos conducirá a la Vida Eterna para la cual fuimos creados.
La tomamos o la dejamos. Es nuestra única opción. Tomarla exige coherencia y un esfuerzo continuo, cada día, cada segundo, por todo el resto de nuestra existencia. No es fácil, pero tampoco imposible. Fuimos creados para amar, como las aves para volar y los peces para nadar.
¿Quién lo dice? Jesucristo nos lo revela. Es un asunto de fe. ¿Le creemos o no? Si le creemos, nos esforzaremos por subir por esta cuerda, sin desprendernos. Además Él ofrece ayudarnos, haciendo nuestra carga ligera. Solo hay que creer en Él y seguir adelante fortalecidos por la fe.
El que logra vislumbrar la Verdad, la encuentra más valiosas que cualquier tesoro, que cualquier perla, que cualquier cosa en el Universo, lo deja todo y apretando dientes y ojos, sigue adelante, ofrendando su vida por alcanzarlo.
El que así lo hace, el que da su vida por el Reino, alcanza la Vida Eterna. ¡Vale la pena el esfuerzo! El Señor nos ha dejado Su Cuerpo y Su Sangre como verdadera Comida y Bebida para ayudarnos y fortalecernos en este esfuerzo.
Sabemos dónde vamos. Sabemos que hay al final. Tenemos todo lo que necesitamos. Pidamos perseverancia y coherencia para no desistir. El Camino es pendiente y está lleno de tentaciones, pero no es imposible de seguir para quien tiene amor y fe.
Padre Santo, te pedimos que fortalezcas nuestra fe, que nos des perseverancia en el amor para finalmente alcanzar el Reino de los Cielos, que por tu Santa Voluntad tenemos a nuestro alcance. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor…Amén.
El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
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