Lucas 1,39-56 – la madre de mi Señor

La madre de mi Señor

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?

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Lucas 1,39-56 – la madre de mi Señor

Lucas – Capítulo 01

Reflexión: Lucas 1,39-56

A propósito de la lectura escogida por la Iglesia para el día de hoy, pedimos al Espíritu Santo nos ilumine para compartir algunas reflexiones en torno a la Santísima Virgen María, la madre de nuestro Señor, tal como su prima Isabel la saluda con toda razón y humildad.

Cuando uno quiere a una persona, a un amigo o amiga, este amor, cuando es verdadero lo hace igualmente extensivo a la familia del amigo o amiga. Eso es natural, porque amistad significa intimidad, respeto, aprecio por lo que cada uno es y por lo que le rodea. Qué duda cabe que la familia es lo más importante para cada quien.

Respetar a la familia, a los hermanos, a los padres y en especial a la madre de nuestros buenos amigos es totalmente comprensible y natural. Este es el sentimiento que brota espontáneamente en el corazón de cualquier persona bien nacida. ¿Qué menos puede ser nuestro sentimiento a la Virgen María Madre de nuestro Señor Jesucristo?

Siempre que lo pienso no puedo entender la indiferencia e incluso el menos precio que algunos que se dicen cristianos pueden tener contra la Virgen Sagrada María. ¿Qué no es suficiente para respetarla y amarla el que Dios haya querido que su Hijo Jesucristo nazca de sus entrañas?

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?

Por un breve tiempo, pero tan significativo e importante para todo ser humano, Cristo, nuestro Salvador, recién concebido por obra y Gracia del Espíritu Santo permaneció en el seno de la Virgen María, alimentándose de ella a través del cordón umbilical, como cualquiera de nosotros, conociéndola desde el fondo de sus entrañas, como hacemos todos los hijos con nuestras madres.

Jesús fue un bebe, al que había que arroparlo, cambiarle pañales, hacerlo dormir, curarlo, darle de lactar, lavar y cuidar. Un niño al que María amaría como toda madre. Más aún, sabiendo, como supo desde el comienzo, que el hijo que llevaba era el Hijo de Dios. ¡Caramba, qué privilegio único en el Universo! ¿Cómo no inclinarse ante ella tan solo por este hecho?

Hay que ser soberbio, envidioso, resentido o extraviado para pretender amar a Jesucristo, reconociéndolo Hijo de Dios y Salvador nuestro y no amar a Su Madre. Si Jesucristo es Hijo de Dios, nuestro Padre y de la Santísima Virgen María, siendo nosotros hermanos, María es nuestra Madre, Madre de toda la Iglesia, Madre de la Humanidad, a mucha honra.

¿Por qué es Santísima la Virgen María? ¿Es necesario algo más que por haber sido escogida por Dios para hacerla Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y Madre de la Humanidad? ¿Qué otro honor puede haber más grande que merezca nuestro respeto y veneración? Que la Virgen María no es Dios, para que la pongamos en los templos y altares. ¡Claro que no es Dios!

La Santísima Virgen María es parte de la Sagrada Familia que Dios se escogió aquí en la Tierra, porque Dios, en Su Infinita Sabiduría, quiso que Jesucristo tuviera madre y que naciera en un hogar como cualquiera de nosotros. Dios escogió a María como Madre de Jesucristo y a José, como el padre adoptivo de Jesucristo.

Lo que Él haya visto en ellos, no lo vamos a discutir, porque no somos nadie para objetar esta decisión Divina. Sí podemos anticipar con absoluta seguridad que lo hizo Bien, como todo lo que hace Dios por nosotros. Este es parte del Plan de Salvación ideado por Dios, en el que hay muchísimas cosas más que Él decidió porque así le pareció Bien.

¡Cómo no quitarse el sombrero e incluso arrodillarse ante la Madre que Dios, nuestro Padre Eterno, escogió para que fuera la Madre de Su Hijo! El único ser humano escogido por Dios para tal papel fue la Santísima Virgen María. La primera entre los hombres con quien Dios selló un pacto, incluso de sangre, si se quiere, porque Jesucristo nació de sus entrañas.

¡Qué duda puede caber en nuestros corazones que Cristo, amándonos como nos ama, no ama también a su Santísima Madre! ¡Qué duda puede caber, entonces, que amando y honrando a Su Madre no le amamos y honramos a Él! ¿O es que alguno de nosotros se siente menos amado porque nuestros hermanos aman también a nuestra madre?

Desconocer la grandeza de María es un absurdo. ¡Cuánto más grande, cuanto más humilde! Recordemos que Cristo nació en un pesebre, pobre entre los pobres. Y, aun así, María fue escogida por Dios, porque Él así lo quiso. La Santísima Virgen María y San José el justo, son parte del Plan de Salvación, como lo son el pueblo de Israel, los judíos, San Juan el Bautista, los Discípulos, los evangelistas, la Cruz y la Resurrección.

Honremos a nuestra amada Madre, la Santísima Virgen María en este mes de mayo, pidiéndole que abogue por nosotros ante Jesucristo nuestro Señor para que nos ayude a encontrar caminos de amor y unidad, defendiendo la vida desde la concepción y respetando a todas las madres gestantes sin importar su edad, condición social o económica.

Padre Santo, te damos gracias por darnos una madre. Te pedimos que nos ayudes a no olvidarla, amarla, honrarla y no abandonarla nunca. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor…Amén.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?

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