María madre de gracia
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» (Génesis 1,27-28)
Dios creó a la humanidad a imagen suya; macho y hembra. Con el mandato de ser fecundos, multiplicarnos, henchir la tierra y someterla.
Esta es una ley que emana de la Sabiduría de Dios y nadie puede quebrantarla sin sufrir las consecuencias. No es que Dios castigue al infractor, sino que todo tiene un propósito y el que pretende desconocerlo termina finalmente por destruirse.
La voluntad de Dios
Del mismo modo que es de sentido común no encender fuego en una habitación llena de combustible inflamable, no podemos transgredir las leyes de Dios, inscritas en nuestra naturaleza y reveladas a través de Su Palabra y la Creación, sin que ello tenga consecuencias catastróficas para la humanidad.
Precisamente, ante la soberbia y necedad del género humano de insistir en ignorar los mandatos de Dios y para evitar su perdición, por ser Dios un Padre amoroso y misericordioso, envió a su propio Hijo a salvarnos. Jesucristo, naciendo como cualquier mortal de una madre, de una mujer, la Santísima Virgen María, vivió, padeció, murió en la cruz y resucitó enseñándonos, sin lugar a dudas, que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Esto quiere decir, que hemos de seguirle para alcanzar la Vida Eterna, propósito para el cual fuimos creados por Dios. A ello y solo a ello debemos aspirar. La inteligencia, voluntad y libertad con la que fuimos creados hace posible que aspiremos a este fin. Sin embargo, la debilidad de nuestro espíritu, mellado por el Pecado Original (la concupiscencia) hace inalcanzable este propósito, si no contamos con la Gracia de Dios.
Jesucristo centro de la vida y la historia
Jesucristo nos da esta Gracia a través de Su Palabra y los Sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, que constituye Su propio Cuerpo y Sangre, como comida y bebida, para la salvación de nuestras almas. Esta Gracia que no es otra cosa que el Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros, hace posible que nos mantengamos firmes en el seguimiento a Jesús, aun hasta el extremo de dar la vida para alcanzarlo.
Meditemos un momento si no será absolutamente determinante para nuestra salvación, es decir, para que alcancemos el Propósito para el cual fuimos Creados, a saber, alcanzar la Vida Eterna, la presencia de Jesucristo en la Historia de la Humanidad, como en la historia particular de cada uno de nosotros.
La humanidad misma ha querido evidenciar esta realidad, haciendo del Nacimiento de Cristo el centro de la Historia. Desde esta fecha se cuentas los años, para adelante y para atrás. Queda claro también por qué las ideologías extraviadas, como el comunismo o las de la misma revolución francesa, han aspirado siempre a destruir la Iglesia y a iniciar un nuevo calendario, derogando los mandamientos de la Ley de Dios, como si ello fuera posible, por decreto.
Madre de Dios y Madre de la Iglesia
En lo que hoy queremos detenernos a reflexionar es en la importancia del papel de la madre para la humanidad. En el rol de la mujer, destacado por Dios. Contrariamente a las tonterías ideológicas que tratan de inculcarnos para enfrentar a hombres contra mujeres, para Dios, siempre hemos sido complementarios. Esto quiere decir, como es evidente, que necesitamos los unos de los otros. Que Dios hizo a la humanidad a su imagen y semejanza, lo que hace absolutamente indispensables a ambos sexos para ser completos.
Dios mismo respondió categóricamente a los engendros ideológicos de todos los tiempos, pero especialmente a los del siglo XX y XXI, escogiendo a María, para nacer, como todos los mortales, de una madre. Siendo Dios, Él pudo escoger otro modo, otro medio, otra forma y otro tiempo para venir a cumplir la Misión encomendada por Dios Padre.
Sin lugar a dudas Él se sujetó al mejor Plan posible: el Plan de Dios. Nació en el hogar conformado por José y María. Y tuvo una madre, como todos los seres humanos en la historia. Evidentemente, los cristianos veneramos a María porque es el templo que Dios escogió para la gestación de su Hijo, Jesucristo. ¡Cómo no sentirnos anonadados por tan gran misterio!
Hasta Dios quiso tener una madre
Si nosotros guardamos consideración y respeto por objetos o propiedades que atesoraron nuestros padres, sin que estas tengan que ser piezas de oro precisamente; si respetamos la memoria de los padres de nuestros padres (nuestros abuelos) aun sin haberlos conocido, tan solo por el hecho de haberlos traído al mundo, cuanto más se comprenderá que pongamos a la Santísima Virgen María, Madre de Dios (puesto que Jesucristo es Dios) en un sitial único, por debajo de Dios, ciertamente, pero por encima de cualquier ser humano que haya existido jamás, porque a ella le cupo el papel único en la historia de ser Madre de Dios.
Con el debido respeto y guardando todas las distancias, este es el rol que Dios ha deparado a la mujer. Ella fue entonces, como lo es siempre, imprescindible en cada familia, en cada hogar. Por ello no hay nada más absurdo que pretender que somos iguales o que las diferencias son resultado de una imposición ideológica. Las diferencias y su complementariedad son parte del Plan de Dios, que nos hizo a su Imagen y Semejanza, y que Él ha sido siempre el primero en respetar.
¡Feliz día de la Madre a todas las mujeres que han sido Bendecidas con esta Gracia!
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