No seamos necios

No seamos necios – Marcos 8,11-13

No seamos necios

“No seamos necios. Vista la evidencia, sólo un necio, un testarudo o un caprichoso puede negar la existencia de Dios.”

Lunes de la 6ta Semana del T. Ordinario | 18 de Febrero del 2019 |

Por Miguel Damiani

Lecturas de la Fecha:

  • Génesis 4,1-15;25
  • Salmo 49
  • Marcos 8,11-13

Reflexión sobre las lecturas

No seamos necios

Para creer en Dios, algunos, todo el tiempo estamos pidiendo señales, como si no bastara con lo que hemos recibido. Es que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Cínicamente desconocemos todas las pruebas que hemos recibido de la existencia de Dios y queremos una a la medida de nuestro capricho.

No nos basta con todo lo que hemos recibido y recibimos cada día, sin lo cual no estaríamos aquí y no duraríamos una milésima de segundo más. Se necesita ser muy necio y duro de corazón para no reconocer y negar la infinidad de milagros que han dado lugar a nuestra existencia.

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No se trata de coincidencias, y mucho menos del azar. Nosotros somos el resultado del Plan trazado por Dios que es más difícil negar su existencia que aceptarlo, pero nos empecinamos en negarlo por capricho, porque el Señor no responde como nosotros quisiéramos.

Es decir, nos hemos erigido en la medida de Dios. Hasta ese extremo llega nuestra soberbia. Queremos ponerle condiciones. Salvando las distancias, es como si Pinocho se negara a reconocer que es obra del carpintero Geppetto. Así de disparatada e inverosímil es nuestra posición.

“No seamos necios. Vista la evidencia, sólo un necio, un testarudo o un caprichoso puede negar la existencia de Dios.”

Como si a un hijo se le diera por desconocer la paternidad de su padre, aun cuando su madre, sus abuelos y todo cuanto lo rodea, incluso su evidente parecido físico se lo dijeran a gritos. ¡No, el señorito no acepta, hasta no obtener la irrefutable evidencia de una prueba de ADN!

¿Podemos imaginar tan absurda situación? ¡Qué un hijo dude de su padre! En una familia natural y bajo circunstancias normales, estas son dudas e interrogantes que ni se plantean, porque jamás se da el caso. Son cosas que se saben y se dan por sentadas por puro sentido común.

Esto es precisamente lo que el Señor quiere que hagamos. Cuanto más quienes, como los fariseos, estamos obligados a reconocernos parte de la familia de Dios. Si fuéramos completamente extraños tal vez se comprendería la exigencia. Pero a un familiar no podemos pedirle su DNI para creerle.

“No seamos necios. Vista la evidencia, sólo un necio, un testarudo o un caprichoso puede negar la existencia de Dios.”

Eso es lo que hacemos con el Señor, a pesar de la cantidad de pruebas irrefutables que hemos experimentado, visto, oído y conocido. Queremos una más; la que se nos antoje irrefutable. A nuestra medida, para satisfacer nuestro capricho. ¡Qué fácil nos resulta pedir!

El Señor nos da todo el tiempo y de todo, a manos llenas, a raudales. Pero ahora nos exige reflexión. Detenernos a meditar un momento. A evaluar. A esforzarnos por sumar y restar, para responder por nuestra propia voz, por nuestra propia razón, quién es Él.

¿Qué? ¿No podemos o es que en realidad no queremos? Pues, ni modo. Ahora nos toca responder con nuestra mente y corazón. Nadie lo hará por nosotros. Tenemos todo para hacerlo. ¿Quién es el Señor para nosotros?

“No seamos necios. Vista la evidencia, sólo un necio, un testarudo o un caprichoso puede negar la existencia de Dios.”

No hay más vuelta que darle. El Señor no hará nuestro capricho. Y, ojo, que el tiempo se agota. La Vida Eterna, que es aquella para la cual fimos creados, depende de esta respuesta. ¡Así es! Porque nuestra respuesta no es un discurso, sino un modo de vida.

¡Exactamente! Es tan importante creer que el Señor es Dios, como el modo de vida que a partir de ese reconocimiento habremos de adoptar. Si creemos que Cristo es Dios, haremos lo que nos manda.

¿Por qué razón? ¿Qué tiene que ver reconocer que Cristo es Dios con hacer Su Voluntad? Muy sencillo. Dios es infinito, es perfecto, nunca se equivoca. Dios es la Sabiduría; es la Verdad. Por consiguiente, todo lo sabe.

Nosotros, humildes creaturas, no podríamos hacer nada más sensato que ponernos en Sus manos, confiando plenamente en Él y disponiéndonos a hacer lo que nos manda. ¿Y qué nos manda? Amarnos los unos a los otros como Él mismo nos ama.

Eso es todo lo que nos pide. Eso es todo lo que debemos hacer. No haya más. Esta es la ley y los profetas. Amémonos uso a otros, como Él nos ama. Vivamos así y dejemos de especular. Así como nos ha dado todo lo mejor hasta ahora, nos dará la plenitud en la otra vida.

Oración:

Padre Santo, danos la fe que necesitamos para creer y no permitas que flaqueemos por ningún motivo. Que entendamos que la fe es una Gracia que tu concedes a quien la pide con humildad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor, que contigo vive y reina, en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

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