Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial
Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano.

Reflexión: Mateo 18,21-35
Tenemos un Dios ejemplar, sabio y justo. ¡Qué manera de exigirnos a reconsiderar nuestros criterios de justicia! Haz a tu hermano lo que quieres que te hagan. No le hagas lo que no estarías dispuesto a soportar. Se tolerante, comprensivo y compasivo, como te gustaría que fueran contigo y los tuyos.
¿Podía habérsele ocurrido a alguien una mejor medida para la convivencia? ¿De qué otra forma podíamos sentirnos obligados a mejorar nuestro comportamiento y nuestros criterios de justicia que aplicándolos a nosotros mismos? Así, lo que es justo para ti, también lo será para los demás.
No es fácil aplicar esta medida. Es más, diríamos con toda propiedad, que estamos acostumbrados a la medida opuesta, conocida como la “ley del embudo”: lo ancho para mí y lo angosto para ti. Toda la tolerancia para con mis gustos, deseos, preferencias y debilidades. En cambio la máxima exigencia con los demás, sin ceder un milímetro, para no perder autoridad.
Por eso, antes de hacer justicia, el demonio y sus aliados, han preferido regar por todo el mundo la idea de un Dios cruel y vengativo, cuando en realidad Su justicia, por propia y libérrima decisión, no es nada más que un calco de lo que nosotros estamos dispuestos a hacer con nuestros hermanos.
Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano.
Es propio que quien haya favorecido y promovido genocidios, se preocupe por la justicia Divina, porque será medido con la misma vara y ciertamente ¿quién podría decir cuánto castigo sería suficiente? Hay casos en los que se nos ocurre que nada podría reparar el daño causado.
En cambio, aquel que ha sido misericordioso con sus hermanos, que incluso prefirió sacrificarse a sí mismo antes que perturbar la paz e inestabilidad de uno de sus hermanos, será tratado con esa misma compasión, benevolencia y caridad. ¿Puede haber mayor justicia? Dar a cada quien lo que le corresponde.
Sin embargo, en este último caso, para quienes han sabido poner el amor a Dios y al prójimo por encima de todo en sus vidas, el Padre promete algo infinitamente superior, algo que va más allá de cuanto podemos imaginar: plenitud y vida eterna. ¿Qué más podemos pedir?
Siendo inteligentes y razonables, solo viendo este panorama, tendríamos que empeñarnos por alcanzar estas promesas. Es aquí donde debemos aplicar nuestra voluntad y libertad, para esforzarnos por alcanzar esta meta. Y esto es justamente lo que el Señor quiere que entendamos y hagamos.
Solo se requiere tomar la decisión y disponernos a dar el primer paso, dejando todo en manos del Señor. Entreguémonos con fe a este propósito. Recordemos que es Gracia de Dios concederlo. Esto quiere decir que no depende de nuestras fuerzas, ni de nuestra capacidad. ¡No lo alcanzaremos solos! ¡Solo lo alcanzaremos con Su ayuda, porque para Dios no hay imposibles!
Por lo tanto, lo que debemos hacer es pedir a Dios que se haga Su Voluntad, tal como lo hacemos en el Padre Nuestro y dejarnos llevar por ella. Pidamos a Dios que nos haga dóciles a Su Espíritu Santo, para que sepamos ir allí donde Él nos manda, enfrentando con amor cada situación, de modo tal que nos convirtamos en verdaderos instrumentos suyos.
¡Dejemos a Dios actuar! ¿Qué mejor garantía podemos tener que en tal caso estaremos haciendo lo correcto? Pedir a Dios sabiduría y discernimiento, para no hacer nuestro capricho, sino para obrar con justicia guiados por la Verdad. Esto solo será posible si permanecemos en Él y Él en nosotros. La oración y especialmente los Sacramentos garantizan esta fidelidad.
Acudamos frecuentemente a la Eucaristía que es el Don por excelencia que Jesucristo ha querido dejarnos para alimentar y fortalecer nuestra fe, como el medio que nos hará crecer en justicia y en verdad, hasta alcanzar la Vida Eterna. Estamos llamados a la perfección, pero solo la alcanzaremos por la Gracia de Dios. Por eso es preciso mantenernos unidos a Él, lo que solo conseguiremos a través de la oración y del amor.
Pidamos en este tiempo especial de Cuaresma, que el Padre nos conceda la Gracia de Perseverar en el Camino de Santidad que Jesucristo ilumina para nosotros con Su muerte y resurrección. Que la Cruz sea para nosotros la señal del amor infinito de Dios y nos mueva a amar incondicionalmente a nuestros hermanos.
Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano.
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