«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
Texto del evangelio Lc 9,18-24 – quién dicen que soy yo
18. Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?».
19. Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado».
20. «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
21. Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
22. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».
23. Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.
24. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.
Reflexión: Lc 9,18-24
Hoy el Señor nos invita a detenernos un momento a responder posiblemente la pregunta más importante de nuestras vidas, de cuya respuesta se derivarán una serie de consecuencias. Para los cristianos, el sentido de nuestras propias vidas lo señala la respuesta a esta pregunta, puesto que hemos escogido ser reconocidos como cristianos. Si ser cristiano es ser seguidor de Cristo, poder dar respuesta apropiada a la pregunta ¿quién es Cristo para nosotros? Reviste una importancia fundamental.
Tal vez Cristo no llega a ser lo que debía en nuestras vidas. Eso lo podemos evidenciar por lo que hacemos. Por lo tanto, para facilitar el encuentro de la respuesta acertada, aquella que nos aproxima a la verdad, convendría pensar en lo que hacemos cada día y qué lugar ocupa en ello el Señor. Respondámonos sinceramente ¿dedicamos un tiempo a la oración cada día? ¿tenemos un lugar y un modo de orar concretos? ¿Cuánto tiempo dedicaos a la oración cada día, cada semana, cada mes?
¿En nuestra vida cotidiana dedicamos algún tiempo en especial a obras de caridad y misericordia? ¿Visitamos enfermos, ancianos, presos? ¿Ayudamos a alguna causa en especial, apoyamos algún proyecto con cierta asiduidad y perseverancia? ¿O, tal vez nos conformamos con dar alguna limosna a quien de pronto nos sale al paso? ¿Tratamos de ser siempre justos y de obrar en cada uno de nuestros actos conforme lo dispone Jesús, mostrando amor a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos?
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
Si a lo mejor es verdad que podemos constatar objetivamente que todas nuestras actitudes y acciones están teñidas de espíritu cristiano, ¿es eso visible para los demás? ¿Crees que cuantos nos conocen más o menos de cerca nos pueden identificar espontáneamente como seguidores de Cristo? Es decir, ¿se nos nota? No porque queramos hacernos notar o porque llevemos una insignia, sino porque nuestras acciones llevan el sello inconfundible de Cristo. Por sus obras los conocerán. ¿Desarrollamos cotidiana o periódicamente alguna actividad cristiana a la que le dedicamos un tiempo especial?
Pues todo esto es sobre lo que nos invita a reflexionar hoy Jesús. Es importante saber quién es Jesús para nosotros y qué lugar ocupa en nuestras vidas. Sin embargo, una cosa es lo que nosotros podemos percibir, en base a lo cual hemos ido elaborando nuestras respuestas hasta aquí y otra, a lo mejor muy distinta, lo que el Señor quiere ser para nosotros. Es esta la imagen o el baremo con el que nos debemos comparar.
Y Jesús nos señala el duro Camino que habrá de pasar para salvarnos, incluyendo el odio, el rechazo, su condena, pasión, muerte y resurrección. Todo eso es lo que el tendrá que pasar. Esa es Su Cruz, pero cada uno de nosotros, los que queramos seguirlo, tenemos que renunciar a nosotros mismos y tomar igual que Él, nuestra cruz de cada día. ¿Qué puede significar renunciar a nosotros mismos? ¿No será dejar de vivir para y por nosotros, para vivir por Cristo y nuestros hermanos, sin dejar de llevar a cuestas las exigencias de cada día?
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
¿Quiere decir, entonces, que no es que tengamos que escoger una u otra cosa, como solemos pensar, sino que tendremos que responder por las dos, darnos tiempo para las dos? ¿Dicho de otro modo, no podremos poner como excusa del incumplimiento con una de estas obligaciones las exigencias de la otra? ¿O, tengo tantas obligaciones que atender en mi trabajo, en mi vida cotidiana –llevando mi cruz-, que no puedo darme el lujo de pensar en seguir a Jesús? O viceversa. ¿Me dedico tan profundamente al seguimiento a Jesús –cualquier cosa que esto pudiera significar-, que no tengo tiempo para atender a mi padre, a mi madre, a mi esposa, a mis hermanos, a mis hijos y mucho menos a las obligaciones económicas que demanda su mantenimiento?
¡Qué difícil nos lo pone el Señor! Encima termina haciéndonos ver que no se trata de salvarnos a nosotros mismos de liberarnos de todas las cargas pesadas, de rehuir a los problemas y dificultades, sino de enfrentarlas aun a costa de nuestras propias vidas, porque quien pretenda salvarse, se perderá, en cambio quien deje hasta el último aliento por los demás, ese vivirá para siempre. La llamada al seguimiento de Cristo en torno a la cual nos invita el evangelio a pensar hoy, es muy exigente.
No se trata de dar una respuesta por Salir del paso, sino de dar una respuesta sincera de la cual asumamos las consecuencias, que lleve a responsabilidades y cambios de actitud. Si queremos ser cristianos, si hemos entendido que Jesús es el Camino y la respuesta a todas nuestras preguntas, hemos de seguirle con todo el esfuerzo que esto implica. Nuestra propia vida debe dar testimonio de lo que creemos. En nuestra propia vida habrán de encontrar muchos las respuestas a estas interrogantes.
Finalmente, recordemos que no estamos solos, porque quien a Dios tiene, nada le falta, por tanto, todo aquello que resultaría imposible sin Él, será posible para quien permanece unido a la vid. Oremos incesantemente pidiendo la Gracia de la Fe para nuestras vidas y las de nuestros hermanos. Vivamos pensando en los Bienes futuros y todo lo que tengamos que pasar aquí en la tierra, lo tendremos por ganancia en el Cielo.
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
Oremos:
Padre Santo, danos la Gracia de responder la pregunta vital ¿quién dicen que soy yo? con nuestras propias vidas…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
(606) vistas