Juan 14,27-31a – mi paz les doy

Mi paz les doy

Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde.

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Juan 14,27-31a mi paz les doy

Juan – Capítulo 14

Reflexión: Juan 14,27-31a

Muy hermoso pasaje en el que el Señor nos anticipa lo que será el epílogo de esta historia, sin dejar de reforzarnos la fe, la auténtica fe que espera de todos y cada uno de nosotros, aquella que nos permita dar el salto al vacío sin ningún temor, sabiendo que Él nos asirá. Es precisamente esta fe el fundamento de la paz. Por eso la paz que nos da el Señor es distinta a toda paz. Es profunda e infinita.

Pensemos un momento, si el Señor ha vencido a la muerte, si ha vencido a la oscuridad, a la mentira, al dolor y finalmente al Príncipe de este mundo, ¿a qué podemos temer? Nada, absolutamente nada nos amenaza ya. De este modo, no hay nada que valga un segundo de aflicción, preocupación o angustia nuestra. ¡Hemos sido salvados! ¡Nadie puede robarnos esta certeza fundada en la fe! Así, pueden llegar cataclismo, pestes, guerras, torturas y toda clase de calamidades o adversidades, ninguna prevalecerá sobre la Voluntad de Dios. Es de esta certeza que procede nuestra paz, la paz que nos da el Señor y la paz que debemos llevar al mundo.

La paz que nos da Cristo tiene su fundamento en la fe, hemos dicho, pero ¿fe en qué? En que Jesucristo nos ha salvado, cumpliendo la Voluntad de nuestro Padre. ¿Por qué quiere salvarnos el Padre? Porque nos ama, con un amor infinito, como solo Él puede amar. ¿No es esta una Buena Noticia? ¡Claro que sí! De eso tratan precisamente los Evangelios que debemos dar a conocer al mundo entero. Nada ni nadie deben impedirnos proclamar esta Buena Nueva. ¡Todos deben conocerla! ¡Esto es llevar paz, alegría, felicidad a todos los corazones! ¡Llevemos esta noticia para que nadie sufra más!

Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde.

Ahora podemos intentar comprender por qué el Señor anticipando su muerte en la Cruz nos dice que si le amáramos, nos alegraríamos. ¡Por supuesto! Si justamente por eso irá al Padre que es más grande que Él, ¿cómo no alegrarnos? ¿No estaríamos alegres si un día viene nuestro hijo y nos dice que lo han convocado a ocupar un alto cargo en la sede de la ONU en Holanda o Canadá, donde ganará como Jefe de Estado y le darán todas las comodidades y unos ingresos suficientes para cubrir todas sus necesidades y la de su familia? ¿No estaríamos alegres? Pues, tanta es la alegría que tendrá Jesús por reencontrase con nuestro Padre, habiendo cumplido Su Voluntad, que no tiene comparación.

La paz y la alegría vienen de la fe; de la certeza que la recompensa que habremos de recibir por haber cumplido la Voluntad del Padre será incomparable. ¿Qué recibiremos? La Vida Eterna. ¿Puede haber un Bien más preciado? El poder alcanzarlo es Gracia que el Señor ha alcanzado para nosotros con Su preciosísima sangre. Jesucristo es nuestro Salvador. ¿Qué debemos hacer? ¡La Voluntad de Dios! Este es el “salto al vacío” que debemos estar dispuestos a dar. Será “al vacío” mientras no creamos. Pero los que tenemos fe sabemos que seremos asidos por los poderosos brazos de Jesucristo y de Su Espíritu Santo y seremos conducidos hasta la presencia de Dios Padre, con lo que habremos cumplido el propósito para el cual fuimos creados. ¿Qué más podemos pedir?

Padre Santo, te pedimos que nos des el valor necesario para dar este paso al cual nos llamas cada día; este paso en pos de Tu Reino, confiando plenamente en Tu Voluntad, haciéndola la razón de nuestras existencias, por Jesucristo nuestro Señor, Amén.

Les dejo la paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde.

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