Texto del evangelio (Lc 4, 21-30) – todos daban testimonio de él y estaban admirados
21. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy.»
22. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
23. El les dijo: «Seguramente me van a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria.»
24. Y añadió: «En verdad les digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.»
25. «Les digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país;
26. y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón.
27. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.»
28.Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira;
29. y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle.
30. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.
Reflexión: Lc 4, 21-30
Si algo realmente nos llama la atención en este pasaje es la fuerza de los prejuicios. Cuanto pueden estos sobre la razón. Es que muchas veces estamos más dispuestos a hacer caso a nuestras emociones, a nuestras percepciones, por encima de la razón. No se nos ocurre otra cosa para poder explicar la escena que podemos apreciar aquí, en la que el pueblo pasa de la admiración a la ira en unos breves segundos y de no ser porque se trataba de Jesús, el Hijo de Dios, allí mismo hubiera dado con sus huesos, pues trataron de matarlo. Así de grave, espontánea y multitudinaria fue la reacción. Cuantos casos similares, en los que el pueblo hace justicia por sus propias manos nos narra la historia. Ahora puedo recordar el caso de una alcalde de Ilave, en el departamento peruano de Puno, que fue asesinado por la turba enardecida de su pueblo, por presuntos delitos de corrupción. ¿Cómo fue que llegaron a este extremo? Esto es algo que sociólogos y antropólogos han tratado de responder después, sin encontrar justificación razonable alguna. Al parecer fueron unos cuantos los que azuzaron y condujeron a la población a este extremo cruel y salvaje, porque incluso las posteriores investigaciones exculparon a esta autoridad de los delitos que le acusaban. ¿Qué ocurrió entonces? Que por alguna razón primaron y se impusieron los prejuicios que unos cuantos se encargaron de agitar hasta enceguecer a tal extremo a la turba que quienes no participaron en la masacre, observaron temerosos o huyeron a sus casas para desentenderse del crimen. Estamos pues frente a una ciega y enardecida reacción colectiva similar a la que sufre Jesús, de la cual no se hubiera librado como lo hizo, por ser Hijo de Dios. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Seguir leyendo Lucas 4, 21-30 – todos daban testimonio de él y estaban admirados
(117) vistas