Lucas 3,10-18 – reparta con el que no tiene

Texto del evangelio Lc 3,10-18 – reparta con el que no tiene

10. La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?»
11. Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.»
12. Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?»
13. Él les dijo: «No exijan más de lo que les está fijado.»
14. Preguntáronle también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» Él les dijo: «No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su soldada.»
15. Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo;
16. respondió Juan a todos, diciendo: «Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará en Espíritu Santo y fuego.
17. En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»
18. Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.

Reflexión: Lc 3,10-18

Tal como viene siendo anunciado en los últimos textos de los Evangelios que venimos reflexionando, San Juan el Bautista vino precediendo a Cristo para preparar el camino. Aunque para muchos pasó desapercibido -porque ni Juan ni Jesús llegaron precedidos de la fanfarria que estamos acostumbrados a ver cuando llega un músico, un artista, un político y hasta el mismo Papa-, cuando llegaron primero Juan y luego Jesús, procediendo conforme al Plan de Dios trazado desde siempre y anticipado en la Escrituras, hubieron muchas señales inconfundibles, estas no fueron del tipo estridente y llamativo que acostumbramos nosotros, sino más bien de una naturaleza distinta, aunque igualmente contundentes, para quienes siguieron los acontecimientos y estaban al tanto, entre ellos, los judíos, los protagonistas más cercanos de la historia, como María y José, los evangelistas y posteriormente la Iglesia. Ambas figuras, despreciadas y duramente reprimidas en su tiempo, han ido agigantándose según fueron pasando los años y los siglos, lo que de por si es extraño y nos permite constatar nuevamente que estamos ante sucesos y protagonistas extraordinarios. Normalmente las personalidades humanas llegan a su apogeo en vida y luego van declinando en importancia y recordación según pasan los años, hasta perderse por completo. No así Jesús, el Hijo de Dios que cumpliendo las profecías llegará a Reinar sobre toda la tierra y su Reino no tendrá fin. Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.»

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