Mateo 8,28-34 – Él les dijo: «Vayan.»

Él les dijo: «Vayan.»

Él les dijo: «Vayan.» Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas.

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Mateo 8,28-34 – Él les dijo: «Vayan.»

Mateo – Capítulo 08 – una fe tan grande

Reflexión: Mateo 8,28-34

El Señor, no solo habla con autoridad, sino que tiene autoridad. Él puede hacer cualquier cosa que se le pida, si esa es Su Voluntad. Es, además, infinitamente misericordioso, por lo que no tolera nuestro sufrimiento y por lo tanto, atenderá nuestras suplicas.

Podemos ver cómo alivia inmediatamente el sufrimiento de estos dos endemoniados, que lo reconocen nada más al verlo. Estos hombres quedan curados. Son liberados del mal que los tenía esclavizados al punto que nadie podía pasar por delante de ellos.

Jesucristo obviamente no teme al mal; no teme al demonio. Es más bien este que por el contrario lo reconoce y le sale al encuentro. El demonio sabe que no puede contra el Hijo de Dios, a quien reconoce y le da el título que le corresponde.

Algo que no deja de llamarnos la atención es que el Señor atienda el pedido de los demonios. Los envía a la piara de cerdos. Luego estos se arrojan al mar. ¿Es que ni los cerdos los soportan? Por otro lado ¿no estuvo esto en los cálculos de los demonios? Es decir, ¿fueron sorprendidos?

Son cuestiones secundarias posiblemente, pero que no dejan de inquietarnos. ¿Por qué piden ir a los cerdos y no a cualquier otra cosa? ¿Tenían que invadir un ser vivo para seguir con “vida”, para mantenerse?

Él les dijo: «Vayan.» Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas.

¿Se apiada el Señor de los demonios y ni a estos quiere desaparecer, sino que simplemente se contenta con liberar a los hombres que le habían suplicado su liberación? El demonio domina, controla y esclaviza. Pero el espíritu que vive en nosotros, no nos abandona, sino que es el que clama a Dios que lo libere.

Dios es Libertad y el espíritu que habita en nosotros, lo sabe. ¿No es el mismo Espíritu de Dios el que habita en nosotros? ¿No es Él quien nos guía y aconseja? ¿No es Él quien nos conduce a la Verdad? ¿Lo tenemos todos los hombres como la Impronta de nuestro Creador?

Si Él vive en nosotros, ¿cómo es que entra el demonio? ¿Es que nosotros podemos dejarle entrar? ¿Es que nosotros, por la voluntad y libertad de la que fuimos dotados por nuestro creador, podemos decidir entre invocar y clamar a Dios o dejarnos invadir por el mal espíritu? ¡Así es!

El Bautismo, en ese sentido, no es otra cosa que oír el clamor del Espíritu e invocar activamente Su presencia en nuestras vidas, poniéndolas a su disposición y servicio, por la fe. Es asumir conscientemente la Voluntad de Dios, el seguimiento de Cristo al influjo del Espíritu Santo.

Es bueno reconocer, entonces, que el Espíritu de Dios habita en todas sus creaturas, pero especialmente en los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. Es Él quien lleva las riendas de la historia. Es Él que nos hace tender hacia Dios e intuir y sentir que nuestras almas no tendrán descanso hasta encontrarlo y unirnos a Él en forma definitiva.

Por eso clama nuestro espíritu. ¡Eso es lo que hacen estos endemoniados! ¡No quieren al mal en sus corazones! Porque el mal los domina, los esclaviza, los destruye, destruyendo y aterrorizando a los demás. Porque el mal solo puede existir a costa de crear más mal.

El mal no quiere resistencia, sino docilidad. Cuando encuentra esta docilidad, como en el caso de los cerdos, inmediatamente hace lo que quiere. Y, ¿qué es lo que quiere? Es evidente: la destrucción y la muerte. Es a lo que encamina inmediatamente a los dóciles cerdos.

El hombre, en cambio, se resiste, porque está hecho de otro modo; porque se rehúsa a ser esclavo; porque ha sido creado libre; porque en él habita el Espíritu de Dios que clama al cielo. No acepta la destrucción y la muerte como su fin. Solo Dios puede cambiar este destino. Y lo ha hecho por medio de Jesucristo, pero nosotros tenemos que quererlo. Tenemos que pedirlo. Tenemos que entregarnos a Él, con fe.

Esto es lo que podemos constatar en esta historia. Sin embargo hay algo desconcertante en el comportamiento humano. No queremos el mal. Queremos librarnos del mal, es verdad. Pero no estamos dispuestos a pagar el precio que ello demanda.

Lo queremos todo. No queremos el mal, pero no estamos dispuestos a sacrificar nada y mucho menos nuestra riqueza a cambio. Por eso es que el pueblo reacciona así, al enterarse los demonios habían salido a los cerdos y estos se habían desbarrancado. ¡Imaginémonos la pérdida!

Que se alejen todas las desgracias, que se alejen todos los males, pero no nos pidas que debamos desprendernos de lo que atesoramos. Que deshacernos del mal no represente ningún costo. Reclamamos una sociedad justa, una sociedad en la que primen los valores, pero no somos capaces de renunciar a los sobornos, a la lujuria, al hedonismo, a la soberbia, a la avaricia, a las drogas y al poder.

Lo queremos todo, sin perder ni sacrificar nada. ¡Ese no es el Camino! Ancho es el camino que lleva a la perdición; angosto el que lleva al Reino de los Cielos. Si algo se nos permite atesorar y llevar en abundancia con nosotros, esto es solamente el amor. Y amor significa, desprendimiento y sacrificio.

Dios es amor. Cristo nos lo recuerda en la Cruz. No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el Camino. Debemos ser capaces de vivir sin los “cerdos”. ¿Cuáles son los “cerdos” en nuestras vidas? Dejémoslos ir.

Padre Santo, no permitas que interfiramos en el mandato que el Señor da a los demonios: “vayan”. Que estemos dispuestos a dejar todas las ataduras que nos esclavizan, viviendo austeramente a Tu servicio que no es otro que el servicio a los demás. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor…Amén.

Él les dijo: «Vayan.» Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas.

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