Mateo 8,23-27 – ¡Señor, sálvanos, que perecemos!

¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?»

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Mateo 8,23-27 – ¡Señor, sálvanos, que perecemos!

Mateo – Capítulo 08 – una fe tan grande

Reflexión: Mateo 8,23-27

El clamor de los discípulos es el de la humanidad. ¿Cuántas veces experimentamos y expresamos en nuestras conversaciones el desconcierto por lo que viene ocurriendo? ¿Cuántas veces nos dejamos arrastrar por el pesimismo, como si todo estuviera perdido?

Pues hoy el Señor nos habla directamente a nosotros a través de los discípulos. ¿Es que no sabemos que Él está al control? ¿Es que por un momento hemos sentido o creído que hemos sido abandonados? ¡Jamás! Él está al mando. ¡Y no nos dejara!

¿Cómo dejarnos si el vino a salvarnos? ¡Él está aquí por nosotros! No hay otra razón por la que el Señor se haya hecho hombre y haya venido a vivir entre nosotros, que por nosotros mismos. ¡Teneos que despertar y tomar conciencia de lo que esto significa! ¡No sigamos adormecidos viendo fantasmas!

La historia de la Salvación se viene desarrollando ante nuestros ojos desde hace tiempo. Todo lo que vemos a nuestro alrededor, todo lo que sucede, es parte de esta historia. Y, aunque a veces, debido a nuestra estrechez mental, a nuestra cortedad, creemos que Dios nos ha abandonado, ¡no es cierto!

No dejemos que el temor nos invada. El temor y el desconcierto son cosas del demonio, que utiliza para sembrar zozobra entre nosotros. Pero el barco sigue avanzando, sin importar cuan embravecidas parezcan las olas. ¡Nada puede detenernos! ¡Jesús tiene el mando!

Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?»

¡Es la Voluntad de Dios la que terminará por imponerse! ¿Por qué? Porque Él lo quiere así. ¿Hace falta otra razón? ¡Así lo ha dispuesto nuestro Señor! ¿Por qué? ¡Porque nos ama! ¿Qué necesitas para entenderlo y creerlo?

¿Es que se necesita alguna otra razón? Claro, lo que pasa es que entre nosotros no es común que nos amemos sin mediar razón alguna. Pero no es así con Dios. Él nos ama sin más razón que Su propia Voluntad. Y es que ese es el amor verdadero, el amor que debemos aprender e imitar.

Dios nos ama sin condiciones. Nos ama aun antes que existiéramos. Nos ama desde siempre y no por algo que hayamos hecho. Nos ama sin que ello sea respuesta a algo que hayamos hecho. No es que merezcamos Su amor. Nos ama porque Él así lo quiere, porque esa es Su Voluntad.

Así, el amor, el verdadero amor, es el ejercicio de la Voluntad. No es la búsqueda del placer, de la compañía, ni de la simpatía. El que ama desea darlo todo por el ser amado. Todo lo que necesita. Todo lo que es. Todo lo que está a su alcance para hacerlo pleno y feliz.

Eso es lo que Dios quiere para nosotros. Que nos realicemos como personas; que alcancemos la plenitud y que seamos felices. Todo ello será posible solo a su lado. ¿Por qué? Porque Él mismo lo Es todo. Él es la Alegría, la Felicidad, la Plenitud. Él es la Luz, la Verdad y la Vida Eterna.

Porque nos ama quiere compartir todo eso que Él Es, con nosotros. No hay otra razón. Tampoco hay nada más grande, superior, ni apetecible que alcanzar lo que nos ofrece. ¡Hemos de creerlo! ¿Por qué? Porque Él es el Autor del Universo. Es el Principio y el Fin de cuanto existe.

¿Creemos o no creemos? Eso es todo lo que nos corresponde hacer. Lo más fácil, lógico y recomendable es creer. No tenemos razones para no creer. O, mejor dicho, tenemos todas las razones para creer. ¡Es lo más sensato! ¡Es lo más conveniente! ¡Es lo más atractivo! ¿Por qué no creer?

Y sin embargo tenemos temor a entregarnos, a abandonarnos a Su amor. Es la falta de confianza, la resistencia al abandono el que impide cosechar los frutos del amor. Ocurre lo mismo aquí en la Tierra entre nosotros. No creemos; no confiamos los unos en los otros. Truncamos las esperanzas; ponemos fin al amor.

Se agota la paciencia antes de tiempo. No queremos esperar. Queremos ver y obtener las respuestas hoy. Sin embargo, todo fruto necesita un tiempo. Nueve meses para tener un bebe. Dieciocho a veinte años para ser adulto. Treinta a cuarenta años para formar una familia. Sesenta a Noventa para volver a la Tierra.

¿Quién conduce esta nave? ¿Quién y por qué nos trajo a la vida? ¿Quién y por qué dispone el final? ¿Con qué criterio? ¿De qué depende? ¿Por qué algunos sufrimos tanto y otros parecieran haber venido a disfrutar de todo, porque lo tienen todo, incluyendo salud abundante?

¿Me dices que nada de esto importa en realidad, mientras seamos capaces de amar con todo lo que somos y tenemos a quienes nos rodean? ¿Me dices que eso es todo lo que importa? ¿Me dices que eso es todo lo que tengo que hacer? ¿Decidir amar y vivir para amar?

¿Amar mientras viva, porque Tú me has amado y como Tú me amas, sin condiciones, sin esperar nada a cambio? ¿De eso trata todo? ¿Decido amar y vivo para siempre, aunque muera temporalmente o decido no creer en el amor y muero para siempre?

¿Es esta la disyuntiva? ¿Es esto lo que Tú me presentas objetivamente o se trata de una invención mía? ¿Cuál es la Verdad? ¿Cómo saberlo? ¿No será todo un engaño, una patraña, una mentira? ¿Por qué Dios querría engañarnos?

¿Si alguien quisiera engañarnos no estaría más bien en la otra acera? El Camino del amor es el de el Bien, la Verdad, la Justicia, la Paz. ¿No son todos estos objetivos apetecibles, positivos, buenos? ¿No son estos los rasgos de Dios, de un Dios Generoso y Misericordioso, que lo hizo todo por amor?

Al frente tenemos la envidia, el orgullo, la lascivia, la lujuria, la mentira, el engaño, la violencia, la injusticia, la pobreza, la maldad, la enfermedad, la destrucción y la muerte. ¿Por qué querríamos ir por ahí? ¿Es que ese puede ser el camino a la felicidad? La intuición y la razón nos dicen que no.

Dios se ha manifestado a lo largo de nuestra historia para señalarnos el Camino a través de los profetas. Todo está registrado en la Sagradas Escrituras. Y, cuando llegó la hora, antes del final de los tiempos, envió a Su propio Hijo, Jesucristo a Salvarnos, a confirmarnos que Dios es nuestro Padre, que nos ama y a enseñarnos el Camino del amor que habrá de conducirnos a la Vida Eterna para la cual fuimos creados.

¿Qué hemos de hacer? ¿Qué debemos escoger? ¿Qué debemos decidir? ¿Creemos en Jesucristo o no? ¿Confiamos en el Señor? ¿Nos abandonamos a Sus designios? ¿O es que seguiremos testarudamente nuestros temores, nuestras dudas, nuestras incertidumbres?

¿Por qué no creer en Dios? ¿Es que no nos ha dado pruebas suficientes de Su amor? ¿Es que no es claro y tajante? ¿Qué ocurre en el pasaje de los Evangelios que hoy leemos? ¿Qué hace el Señor? ¿Qué dicen los discípulos? ¿Por qué no creemos? ¿Es que alguien inventó toda esta historia para engañarnos?

¿Es que un conjunto de hombres y mujeres de épocas distintas se han puesto de acuerdo y se han confabulado para engañarnos? En el supuesto improbable que así fuera ¿cuál sería el objeto? ¿Por qué predicar el amor?

¿Por qué Jesucristo, siendo Dios, nació entre los pobres? ¿Por qué siendo Dios no utilizó Su poder para librarse de la muerte? ¿Por qué fue resucitado al tercer día y ascendió al cielo? ¿Por qué se la pasó curando, enseñando y expulsando demonios? ¿Por qué resucito a muertos?

¿Por qué eligió unos discípulos? ¿Por qué fundó la Iglesia? ¿Por qué nos dejó los Sacramentos y entre ellos la Eucaristía como verdadera comida y bebida? ¿Por qué predicó el amor y nos dejó al Espíritu Santo para que nos enseñe y guie?

¿Por qué después de más de dos mil años seguimos hablando de Él? ¿Por qué hay tantos hombres y mujeres dispuestos a dar sus vidas por Jesucristo, el amor y los Evangelios? ¿Qué tiene el Señor para que creamos y confiemos en Él? ¿Hasta qué extremo hemos de estar dispuestos a seguirle?

Padre Santo, aparta de nuestras mentes y corazones toda sombra de duda; danos la fe suficiente para confiar en que solo Tú puedes salvarnos, y que en Tus manos estamos seguros, aun cuando atravesemos las peores tormentas. Tú diriges nuestra barca a la mansión eterna del Padre. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor…Amén.

Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?»

 

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