Mateo 8,23-27 – Por qué tienen miedo

Texto del evangelio Mt 8,23-27 – Por qué tienen miedo

23. Subió a la barca y sus discípulos le siguieron.
24. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido.
25. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!»
26. Díceles: «¿ Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.
27. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»

Reflexión: Mt 8,23-27

El miedo solo puede ser producto de la desconfianza, de la poca o ninguna fe. Cuando el padre de un niño pequeño lo invita a saltar a sus brazos, este se lanza sin pensarlo dos veces y sin medir el peligro, porque confía ciegamente en él. Si uno de nosotros por más adultos que seamos, nos asomamos e intentamos que el niño se lance a nuestros brazos, si su padre no interviene, lo más probable es que nos deje esperando sin que alcancemos a convencerlo. ¿Por qué? Porque el niño no es ningún tonto y confía en quien conoce. Si a ti no te conoce, ¿por qué habría de lanzarse a tus brazos? Entonces, es el conocimiento que tenemos de Dios el que nos hace creer y confiar en Él. Obviamente, si no lo conocemos, como el niño aquél, desconfiaremos. Ahora bien, ¿los discípulos podían argumentar que desconocían a Jesús? No, puesto que habían presenciado en varias oportunidades sus milagros y le habían escuchado hablar de su Padre varias veces. ¿Qué ocurre entonces? Que tienen miedo. Que razonablemente no pueden esperar que Jesús pueda dominar y controlar las fuerzas naturales. ¿Por qué razón? Porque eso no ha ocurrido jamás; porque no hay nadie, ni ha habido nadie al que le obedezcan el mar y el cielo. No es algo que hayamos experimentado alguna vez; no tenemos conocimiento de ello y por lo tanto, lo que nos dicta nuestra razón es que eso es imposible, así que no tenemos por qué esperar a que nos salve de esta dificultad. Para eso es necesaria la fe. Díceles: «¿ Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.

Esto es totalmente cierto y razonable para cualquier ser humano, pero no podemos olvidarnos de la naturaleza Divina de Jesús. Lo hemos dicho varias veces y en este pasaje nos lo vuelve a hacer notar. No estamos frente a un hombre extraordinario nada más, ni frente a un hombre excepcional fundador de una Iglesia o de una religión que tiene poco más de 2mil años, sino que estamos frente al Hijo de Dios. Si no empezamos por reconocer esta realidad, no podremos comprender el mensaje de Jesús. Hemos de creer que Él es el Hijo de Dios hecho hombre y que como tal tiene poderes extraordinarios, inigualables. Para Él no hay nada imposible, porque Él es autor del tiempo, de la vida, del mundo, del Universo. Para creer eso necesitamos fe. Y para suscitar nuestra fe, toda la vida de Jesús, desde su nacimiento, ha estado rodeada de misterios que no tendrían lugar si no fuera porque se trata del Hijo de Dios. Si razonablemente no tenemos explicación de lo que ocurre a nuestro alrededor, hemos de admitir que se trata de un misterio solo explicable porque Él es Dios o porque lo que ocurre es obra de Dios. No es ni por vanidad, ni por soberbia que Jesús nos da evidencias de su Divinidad obrando milagros, sino porque quiere que le creamos, que confiemos en Él, que tengamos fe, porque solo si le creemos haremos lo que Él nos dice y como el niño aquel, saltaremos a sus brazos cuando nos llame. Díceles: «¿ Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.

¿Quiere esto decir –como sostienen algunos-, que cuanto más sepamos menos necesitaremos de Dios? ¿O que Dios es el recurso de la ignorancia? ¿Entonces, Jesucristo es un embustero, un charlatán y las Escrituras, una colección de historias fantásticas, míticas, narradas para suscitar una enseñanza ética o moral? ¿Es que Jesucristo no nació de la Virgen María, ni hizo milagros, ni murió en la cruz, ni fue resucitado, ni ascendió a los cielos? Si nada de esto es cierto, entonces nuestra fe no tiene ningún sentido. Si se trata tan solo de una enseñanza moral como la de tantos otros, por qué tendríamos que seguirlo dejando todo? Esta es la inmensa duda que ha sido sembrada en nuestros corazones y la explicación por la que hemos adoptado un seguimiento tan suigéneris del Señor, en el que no sentimos la obligación de seguirlo hasta extremo alguno, sino tan solo de confesar verbalmente nuestra fe, sin que ello ponga en peligro nuestra seguridad, ni demande el desprendimiento de ninguno de nuestros bienes. Somos cristianos y tenemos fe, pero no al extremo de esperar que Él nos salve de nada y mucho menos de arriesgar nuestras vidas, nuestra seguridad y nuestros bienes por causa alguna promovida por los evangelios. Al igual que los discípulos, no esperamos que Él nos Salve de este tremendo oleaje, porque en realidad no confiamos del todo en Él ni en las Escrituras. Esa es nuestra fe, circunscrita al ámbito personal, sin que ello afecte significativamente nuestro comportamiento, porque no podemos esperar que en atención a nuestra fe Jesucristo obre ningún prodigio extraordinario e incluso ponemos en duda aquellos narrados en los evangelios. ¿Qué clase de cristianos somos? Cristianos a nuestra manera, cristianos del siglo XXI, sin Misa, ni Eucaristía, ni Penitencia, ni oración. Cristianos en la medida que no haya objeciones, ni la oposición nos obligue a retroceder o a desistir buscando alguna componenda, desterrando nuestra fe al ámbito estrictamente privado y personal. Díceles: «¿ Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.

Finalmente, la barca a la que sube Jesús con nosotros es este mundo, nuestro mundo con todas sus tormentas, vicisitudes y dificultades, con todo aquello que nos atemoriza y nos tiene en vilo. Él está aquí, con nosotros. Él ha querido hacerse uno de nosotros para acompañarnos y enseñarnos como es que debemos vivir para alcanzar la vida eterna. Hay aquí dos cosas que debemos aprender de Él: primero la calma y la confianza con que se recuesta, porque sabe que estamos en manos de Dios, tal como lo hacemos cada noche cuando nos vamos a dormir. El mundo está en sus manos y por lo tanto no ocurrirá nada que Él no permita. En tal caso, por algo será y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo, pero debemos confiar plenamente, porque Él solo quiere nuestro bien, porque nos ama. La segunda, muy parecida a la primera es que, mientras estemos con Él, no tenemos nada que temer, porque Él tienen poder sobre el Universo; no hay nada ni nadie que se le resista. Tal como desde hace siglos, atravesamos el espacio en una inmensa calma, en medio de un planeta azul maravilloso, creado por Dios para nosotros, en bonanza y así seguiremos hasta el último día, porque esa es la Voluntad del Padre. Confiemos en Él, que nos ha puesto aquí y nos ha enviado a Su Hijo, porque quiere que tengamos vida en abundancia. Viviremos eternamente si hacemos lo que nos manda. Díceles: «¿ Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.

Oremos:

Padre Santo, fortalece nuestra fe, para que seamos personas de una sola palabra y no sucumbamos frente a las tentaciones. Danos firmeza en la adversidad…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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