Mateo 10,24-33 – no pueden matar el alma

No pueden matar el alma

Y no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.

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Mateo 10,24-33 no pueden matar el alma

Mateo – Capítulo 10 – no teman a los que matan el cuerpo

Reflexión: Mateo 10,24-33

¿Qué es lo que nos cohíbe e impide seguir a Jesús como debíamos, como quisiéramos? El temor. Tenemos miedo a ser maltratados, a ser despreciados. Todos queremos gozar de aceptación, más aun, de buena fama y aprecio en medio de nuestra comunidad.

Sin embargo, el Señor nos advierte que si somos cristianos, si le seguimos y nos esforzamos en hacer lo que Cristo nos manda, no seremos bien vistos, porque encontraremos oposición. ¿Quién se opone? El Demonio, que toma la forma y personalidad de muchos de cuantos nos rodean.

¿Cómo así? Pues él ha entrado y se ha impuesto en sus almas y corazones, de tal modo que les hace imposible actuar generosamente, buscando el bien común. Todo lo que quieren es su egoísta satisfacción personal.

El Demonio esclaviza a quienes caen en sus garras y los haces sus siervos incondicionales. ¿Cómo? Induciéndolos a desconfiar de los demás, a buscar oportunidades de engaño y provecho para uno mismo, en desmedro de los demás.

Y no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.

La avaricia, la vanidad, el orgullo, la prepotencia, el afán desmesurado de riqueza y fama, son todas manifestaciones de personas esclavizadas a su propia satisfacción egoísta, lo que no es otra cosa que la evidencia del demonio en sus almas y corazones.

La sociedad en general se encuentra organizada, orientada y dirigida a privilegiar los intereses egoístas y mezquinos de los ricos y poderosos, en detrimento de los pobres, los humildes y los inocentes. Esto es algo que salta a la vista y no necesita mayor explicación.

Pero esta no es la Voluntad de Dios nuestro Padre y Creador. Él ha enviado a Su Hijo Jesucristo a salvarnos de las garras del Demonio, de sus engaños y mentiras. Cristo nos hace ver que hay otra forma de vivir, pues hemos sido creados por amor y para el amor.

El amor es quien debe fundamentar nuestros actos. Debemos ordenarnos y vivir teniendo en el centro el amor a nuestros hermanos. Este es un cambio radical, que exige cambios profundos en nuestra mentalidad, en nuestros corazones y espíritus.

Es solo amando que alcanzaremos la felicidad a la que estamos llamados desde la creación. Amar exige caminar en la Verdad, en la virtud, en la misericordia, la paz y la solidaridad. Es tan profundo este cambio que el Señor nos dice que debemos nacer de nuevo.

La pregunta que naturalmente surgió en aquel entonces y hoy también debe brotar en nuestras mentes y corazones es ¿cómo podemos nacer de nuevo? ¿Acaso podemos volver al vientre de nuestras madres? ¿Acaso podemos cambiar todo lo que hasta aquí hemos recorrido?

A esto nos responde el Señor con el Bautismo. Es preciso que nos adhiramos a este Plan de Dios, aceptándolo de corazón y bautizándonos, en señal de sumisión al Espíritu Santo quien habrá de iluminar nuestras vidas, explicándonos todo y guiándonos por el amor hasta la Vida Eterna.

Jesucristo nos ha dejado el Sacramento del Bautismo como una señal de iniciación en esta Nueva Vida que nos propone el Señor. Quien se adhiere de este modo a la Voluntad de Dios puede confiar absolutamente en que alcanzará Sus promesas.

Se trata de un acto de fe. Esa es la respuesta que espera el Señor. Que asumamos con Fe el Evangelio y lo pongamos en práctica en nuestras vidas, enseñando de este modo –con el ejemplo-, a nuestros hermanos.

Y el Evangelio, como nos lo dice el mismo Señor Jesucristo, lo podemos resumir en amarnos los unos a los otros como Él mismo nos ha amado. Por lo tanto, nuestro programa de vida lo podemos resumir en una sola palabra: amor.

Es el amor el que habrá de cambiarnos y de este modo cambiar el mundo. Aquello que por momentos nos parece imposible, en sociedades en las que parece campear el mal y el pecado, puede ser cambiado por la fuerza del amor.

¡Eso sí, no podemos pretender este cambio solos! ¡No se trata de una empresa librada a nuestras fuerzas, no! El Señor Jesucristo nos ha enviado para ello al Espíritu Santo de Dios, el único capaz de garantizar la victoria.

Él nos acompaña desde el Bautismo y vamos renovando nuestra fe y confianza en Él con cada Sacramento fortaleciéndonos de este modo para vivir cristianamente, que no es otra cosa que amándonos los unos a los otros.

¡Esta es la forma en que colaboramos y nos hacemos partícipes de la Misión de Cristo! ¡Difundiendo el Evangelio! ¡Proclamándolo con nuestras propias vidas! ¡Esto es lo que espera el Señor de nosotros! ¡Para eso contamos con el auxilio del Espíritu Santo!

Padre Santo, no permitas por ningún motivo que nos alejemos de ti de tal modo que nos veamos amenazados por espíritus malignos quienes no solo pueden dañar nuestros cuerpos sino que incluso tienen poder para matar el alma. Envíanos Tú Espíritu Santo para que nos de consuelo, nos fortalezca, nos enseñe y guie. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor…Amén.

Y no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.

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