Texto del evangelio Lc 13,1-9 – déjala por este año todavía
1. En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios.
2. Les respondió Jesús: «¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?
3. No, se los aseguro; y si no se convierten, todos perecerán del mismo modo.
4. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿piensan que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?
5. No, se los aseguro; y si no se convierten, todos perecerán del mismo modo.»
6. Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró.
7. Dijo entonces al viñador: «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?»
8. Pero él le respondió: «Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono,
9. por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.»»
Reflexión: Lc 13,1-9
Algunos de nosotros todavía mantenemos la costumbre de culpar a las personas por su “suerte”, las desgracias que les suceden e incluso la forma en que mueren, dejando entrever que posiblemente, dado su comportamiento o su trayectoria, lo merecían. Esto es lamentablemente tan usual como equivocado. En realidad constituye la evidencia de un total desconocimiento de Dios, del Padre Celestial que nos da a conocer Jesucristo. En primer lugar, todo buen cristiano debe desechar la costumbre de referirse a la suerte cuando habla de lo que le sucede. ¡La suerte no existe! Las cosas no ocurren o dejan de ocurrir por buena o mala suerte. Nuestras vidas no están regidas por el azar. No guardan correspondencia con una ruleta o un juego de naipes protagonizado por una “deidad” que se divierte o se distrae a nuestras expensas. No somos el pasatiempos de Dios. Él no juega con nosotros. Nos ama demasiado y es demasiado bondadoso, misericordioso e inteligente para tenernos como sus marionetas. Dios es la Sabiduría, la Verdad, la Vida y nos ha creado para que vivamos eternamente. ¡Él tiene una Plan! ¡Por lo tanto no hay nada parecido al azar en toda Su Creación y mucho menos en las vidas de cada uno de nosotros, de los que tiene contados cada uno de nuestros cabellos! ¡Ni uno solo se nos cae sin su consentimiento! ¡Él es Dios, la Perfección! ¡Nada ni nadie lo supera en el Universo! ¡Todo lo tiene calculado y todo lo ha hecho con un propósito! ¡Todo encaja y corresponde a un Plan, en el que NADA ha sido dejado al azar! Así que empecemos por desechar de nuestro vocabulario nada parecido a la suerte, menos aun cuando hablamos de nosotros. ¡No hablemos de suerte, sino de Gracia! ¡Todo es GRACIA! «Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.»»
En segundo lugar, si somos cristianos, descartemos de nuestro lenguaje el castigo de Dios, porque Dios no castiga y mucho menos a nosotros. ¡Dios Salva! Para eso envió a Su Único Hijo. Si hubiera querido castigarnos, le hubiera ahorrado a Jesucristo la muerte en la cruz. ¿Qué sentido tendría habernos enviado a Su Hijo, si finalmente de todos modos nos iba a castigar? ¡No señor! ¿O será que tendremos que concluir que Su Plan de Salvación falló? ¿Es que Dios puede fallar? Entonces, decidámonos: ¿creemos en Dios, sí o no? ¿Qué es Dios para nosotros? Porque si se puede equivocar, algo anda mal en nuestra definición. Tal vez nos estamos refiriendo a un dios creado por nuestra imaginación, por la literatura o la fantasía, pero definitivamente no corresponde al Dios Padre que nos presenta Jesucristo, porque este fue enviado para salvarnos, no para castigarnos. Por lo tanto, que uno muera, o que mueran miles y aun millones en un momento de terminado y de algún modo inesperado e incluso horrendo, no será por causa de un castigo, sino de algún evento que tenía que ocurrir, en la hora y el momento previsto. Lo que sí puede ser que haga nuestro Dios Padre, es que retrase o posponga este momento, por juzgar que eso es conveniente y porque Él es Infinito en Misericordia. Personas buenas y malas, justas e injustas mueren todos los días incluso juntas, no por castigo, ni como resultado del azar, sino como consecuencia de un evento natural que todos sabíamos de ante mano que podía llegar en cualquier momento, como un ladrón. Teníamos que esperarlo y vivir cada día como si fuera el último. Que no lo hiciéramos, fue demasiado infantil o irresponsable de nuestra parte. Tal vez nos acostumbramos a contar con algo que se nos advirtió no podíamos contar, no por maldad, sino porque todo fue creado con leyes perfectas, de las que cada vez la ciencia se admira más, teniendo que ajustarnos a ellas, pero sobre todo a las dictadas por Dios, para alcanzar la perfección y la Vida Eterna. «Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.»»
No seamos necios; aprovechemos que tenemos al Padre Bueno que Jesucristo nos ha dado a conocer y ordenemos nuestras vidas para alcanzar la Vida Eterna que nos tiene prometida. Entendamos que cuando Jesús dice que “si no se convierten, todos perecerán del mismo modo”, no quiere decir que todos hemos de morir aplastados o como sea que murieron los que fueron ejecutados por orden de Pilatos, no. A lo que nos invita a pensar el Señor es que en realidad no importa la forma en que nos llegue la muerte, porque si nos convertimos, NUNCA moriremos. Este es el mejor argumento contra la “famosa” muerte digna que a algunos se les ha dado por promover en estos tiempos de consumismo y desechables. La ÚNICA muerte digna es la muerte en Gracia de Dios, a la que solo podemos llegar si nos convertimos y obviamente jamás como el resultado de un atentado contra nuestras propias vidas o las de los demás. El único que tiene poder sobre la vida es Dios y no debe importarnos como abandonamos físicamente este mundo, es decir, qué clase de muerte física padecemos, sino, si nos hemos Convertido o no, porque solo los que se conviertan Vivirán para Siempre o, lo que es lo mismo, No Morirán. Si NO nos convertimos, moriremos para siempre, sin importar la clase de muerte que nos alcance. La muerte DEFINITIVA, de ninguna manera constituye un castigo, sino el resultado de una decisión que ya debíamos haber tomado o que podemos tomar en este momento: ¡Convertirnos, creer en Dios y en el Evangelio! Si así lo hacemos, no moriremos, por más que se caiga nuestro avión, nos atropelle un camión, nos asesine un delincuente, nos mate un infarto o una caída en la ducha. Solo Dios sabe el momento y la forma; más su “preocupación” es prolongar un poco más el corte, hasta que finalmente nos convirtamos y demos fruto. Nuestro Dios es Misericordioso. «Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.»»
Oremos:
Padre Santo, danos la Gracia de Convertirnos y vivir haciendo Tu Voluntad, amándote por sobre todas las cosas y amando a nuestros hermanos como a nosotros mismos…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.
Roguemos al Señor…
Te lo pedimos Señor.
(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)
(875) vistas