Juan 3,7-15 – Así es todo el que nace del Espíritu

Texto del evangelio Jn 3,7-15 – Así es todo el que nace del Espíritu

7. No te asombres de que te haya dicho: Tienes que nacer de lo alto.
8. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.»
9. Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?»
10. Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?
11. «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
12. Si al decirles cosas de la tierra, no creen, ¿cómo van a creer si les digo cosas del cielo?
13. Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
14. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre,
15. para que todo el que crea tenga por él vida eterna.

Reflexión: Jn 3,7-15

Dos aspectos nos llaman especialmente a la reflexión en este pasaje. El primero tiene que ver con algo que nos cuesta asumir como un modo de vida, y es el que se refiere precisamente a nacer de lo alto y entonces estar en el mundo como a merced de viento. Qué difícil se nos antoja esta situación. En verdad no logramos entenderla o tal vez nos resistimos a hacerlo. Pareciera decirnos que no debemos tener planes, ni proyectos, ni nada en que anticipar que nos ocuparemos durante nuestro día, porque ello no depende de nosotros, sino de donde sople el viento del Espíritu Santo. Eso es muy difícil que alguien lo acepte así de plano. Siempre estaremos tentados a poner condiciones, agregando interpretaciones o explicaciones adicionales, a fin de no terminar leyendo y comprendiendo lo que nos dice. ¿Es este proceder correcto? ¿No será más bien que no estamos dispuestos a cumplir con semejante reto, porque exige una fe que no tenemos? ¿Cuáles son los límites de esta propuesta y por qué el Señor no los señala? ¿No estaremos entibiando su mensaje y por esa vía terminando en hacer lo que queremos, lo que nos parece y lo que según nuestro criterio y nuestros planes tendríamos que hacer? ¿Será, entonces, que lo que dispone el Espíritu Santo exige una enmienda o cuando menos una interpretación “razonable”? ¿Quiere decir que así, tal como nos lo transmite, no es razonable? ¿Jesús se equivoca o está suponiendo tal vez cierta capacidad de entendimiento que no tenemos? Todo esto nos parece incorrecto. Creemos que el énfasis está dado sobre la necesidad de hacer la Voluntad de Dios, que nos llega a través del Espíritu Santo, sin que sepamos por donde, ni a dónde nos conducirá, lo que exige que estemos permanentemente alertas y nos dejemos llevar, como un velero que tiene siempre desplegadas sus alas al viento, pero con la diferencia que hemos de dejarnos llevar, porque es el Espíritu Santo el que sopla y nos conduce a donde Él quiere, lo que siempre será bueno, consecuentemente nosotros debemos dejarnos llevar confiadamente. No somos nosotros los que dirigimos la nave, sino Él. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.

Un segundo aspecto sobre el cual debemos detenernos a reflexionar es en la nunca suficientemente enfatizada necesidad de creer, porque es solo creyendo que nos salvaremos. Lo hemos dicho muchas veces, creer no es cerrar los ojos y apretar los dientes diciendo creo, creo, creo. De lo que se trata es de manifestarlo con la propia vida, y la forma es dejándonos llevar confiadamente por la Voluntad de Dios señalada por el soplo del Espíritu Santo. Él pone la agenda. Él nos dice qué hacer, cómo hacer, cuándo hacer y a quién. Si esto ha de ser cierto en nuestras vidas, entonces nosotros no podemos tener otros planes que no sean los Planes de Dios, que no siempre entendemos y que sin embargo debemos acatar con fe, porque estamos en sus manos y ni un solo cabellos cae de nuestras cabezas sin que Él lo permita. Solo así podemos enfrentar con verdadera esperanza los eventos de la vida cotidiana, cualquiera que estos sean, asumiéndolos con el talán y el ejemplo que nos da Jesús, es decir, siendo misericordiosos y amando en todo momento, por encima de simpatías e incluso emociones. No podemos dejarnos llevar por nuestro carácter y mucho menos por nuestros instintos, porque no es salvando nuestras vidas que ganaremos la Vida Eterna. El reto es grande y exige de nosotros permanente aprendizaje, corrección, oración y fe. Una fe renovada cada día, lo que solo puede ser obra del Espíritu Santo. Por ello, debemos permanecer unidos a Él, mediante una vida de oración y reflexión permanente. Precisamente para fortalecernos contamos con los Sacramentos y en especial el de la Eucaristía que quiso Jesucristo instituir para que fuera para nosotros verdadera comida y verdadera bebida. No podemos subestimar ni despreciar el valor de la Eucaristía como alimento para la Vida Eterna. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.

No es casual ni antojadizo que el Señor nos dejara la Eucaristía, como no hay nada casual ni antojadizo en los Planes de Dios. Solo en ellos hay Verdad. Por lo tanto, nunca recomendaremos lo suficiente participar frecuentemente en la Eucaristía. ¿Cuánto es frecuente o con qué frecuencia está bien? Pues esforcémonos en entender lo que el Señor nos comunica al homologar la Eucaristía con el alimento. ¿Cada cuando tiempo debes alimentarte? ¿Una vez al año, una vez al mes, una vez a la semana, una vez al día? ¿Qué pasa cuando dejas de comer o no comes lo suficiente? ¿No te debilitas, no te cansas, no pierdes fuerzas y aun ganas de hacer las cosas? ¿Es que comes por diversión, por gusto o por placer, o es que comes por necesidad? Pues entonces eso mismo debes aplicarlo al fortalecimiento de nuestra unión con Cristo. ¡Debemos alimentarla, todo lo frecuentemente que sea necesario! ¡Todos los días, si es posible, como alimentamos nuestros cuerpos! La presencia de la Eucaristía en nuestra vidas obra prodigios, maravillas. De otro modo, el Señor no se hubiera tomado el tiempo en instituir la Eucaristía y podría haberla comparado con cualquier otra cosa, pero Él quiso darse a nosotros como verdadera comida y verdadera bebida. Cada vez que participamos en la Eucaristía Él sella nuevamente esta unión y la fortalece, transformándonos. Recordemos que para Dios no hay nada imposible y Él ha querido quedarse entre nosotros de modo muy especial en estas formas, en nuestros templos. Acudamos a orarle allí todas las veces que podamos, pues Él se encuentra en el Sagrario y Comulguemos frecuentemente. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.

Oremos:

Padre Santo, danos fe para confiar plenamente en Tus Planes, seguros de que no habrá nada mejor y más conveniente para nuestra Salvación que lo que Tú dispones…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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