Juan 3,31-36 – El que cree en el Hijo tiene vida eterna

Texto del evangelio Jn 3,31-36 – El que cree en el Hijo tiene vida eterna

31. El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo,
32. da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta.
33. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
34. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida.
35. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano.
36. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.»

Reflexión: Jn 3,31-36

Así de claro y directo, como para que no quede duda alguna. Es preciso creer en Jesucristo para alcanzar la Vida Eterna. Esto no podrá querer decir jamás que el Señor condene a quienes no han tenido oportunidad de conocerle y no solo como quien alguna vez escucho de Él, sino en el grado de profundidad requerido para contar con los elementos de juicio necesarios para optar por Él. De allí se deriva precisamente nuestra responsabilidad de evangelizar, tal como el mismo Jesucristo nos manda. Veamos que nos se trata de una sugerencia o de algo que sería deseable, sino de un mandato. A muchos nos causa incomodidad esta palabra. No queremos aceptar que Jesucristo nos mande, por lo que consideramos como una intromisión, una imposición a nuestro libre albedrío. Este no es nada más que un recurso engañoso de nuestra propia cosecha, inspirado por el mal espíritu para hacernos desistir de nuestra Misión, sembrando dudas y conflictos donde no los hay. Y es que, si creemos en Dios, no puede haber dudas. Lo que pasa es que no llegamos a creer y por lo tanto nuestro juicio es errado. ¿Cómo? Muy simple. Si creemos en Dios, ese Dios que intuimos y que jamás llegaremos a abarcar, por el intelecto sabremos que es Infinito, Omnipotente, Omnipresente, pura Sabiduría y Verdad, entre otras cosas, por lo tanto, hemos de reconocer que Él lo puede todo y lo sabe todo. Detengámonos aquí un momento; si lo sabe todo, quiere decir que ve el mundo desde una perspectiva muy distinta a la nuestra, que abarca todos los tiempos y todas las “dimensiones” que pueden converger en ellos en cualquier momento, lo que debe llevarnos a admitir que definitivamente sabe infinitamente más que cualquiera de nosotros. Premunido de ese conocimiento, ¿no es lógico que hagamos caso a lo que nos dice? ¿no es lógico que obedezcamos Su Voluntad? ¿Si Él dice que hagamos esto o aquello, no debía ser lo que hagamos? ¿No debíamos obedecerle? ¿No es lo más lógico y sensato? Si no lo hacemos tiene que ser únicamente porque no le creemos, porque no confiamos en Él. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

¿Tenemos razones para confiar en Él, para creer en Él? Si las tenemos o no, es un asunto que cada uno de nosotros debe responder y en el que no podemos engañarnos. Dios se ha manifestado al mundo con ese propósito. Él SI quiere que le conozcamos y que le conozcamos todos, para que creyendo en Su Palabra, nos Salvemos. ¿Por qué tenemos que creer en Su Palabra? Porque ella nos conduce a la Salvación. Todo lo que quiere Dios es Salvarnos. ¿Por qué? Porque nos ama como un Padre, tal como nos lo ha revelado Jesús. ¿Dónde? En los Evangelios. Por lo tanto, si queremos saber más de esta Revelación tenemos que leer los Evangelios. Pero hay algo más. Los Evangelios dan Testimonio de la Vida, Muerte y Resurrección de Jesús, el Hijo de Dios que vino enviado por Dios Padre para Salvarnos. Todo esto está narrado en la Biblia y especialmente en los Evangelios. Hay que leerlos y reflexionarlos si queremos conocer a Jesucristo. ¿Por qué hay que conocerle? Porque solo conociéndolo le amaremos y amándole creeremos en Él, lo que nos conducirá a la Vida Eterna. ¿Qué recompensa puede haber más grande que alcanzar la Vida Eterna? ¿Qué propósito en la vida puede ser mayor que este? Si reflexionamos en profundidad llegaremos a la conclusión que no hay Bien, no hay Gracia, no hay Don más grande que la Vida. Todo se vuelve nada si no hay vida. Y ninguno de nosotros ha podido generar su propia vida, del mismo modo que no depende de ninguno de nosotros el sostenerla. Llega un momento, tarde o temprano en que esta se acaba. Entonces, siendo el Don más grande y maravilloso que hemos podido recibir, ¿no sería lo más deseable, loable y razonable poderla sostener para siempre? Pues eso es lo que quiere Dios. Para eso hemos sido creados: para vivir y ser felices eternamente. Sin embargo, para alcanzar este propósito, el único que realmente vale la pena, debemos seguir un solo Camino, el único iluminado por Jesucristo con Su propia vida. Este Camino está a nuestro alcance, pero depende de nosotros tomarlo y seguirlo. Es que hemos sido creados Libres y en esa libertad radica nuestra dignidad. Sin embargo Dios nos Revela cual es el Camino y al que cree en Él, le manda seguirlo. ¿Por qué nos manda? Porque Él sabe qué es lo correcto y si nosotros le creemos, siendo Dios, hemos de hacer lo que nos manda. Nos manda para disipar nuestras dudas. Si le creemos, haremos lo que nos dice, tal como un buen hijo obedece a su padre. Un buen padre, no llevará a la perdición a su hijo, sino que velará porque haga lo correcto y llegado el caso, cuando por necedad, ignorancia, inmadurez o error pretenda hacer aquello que habrá de conducirlo al abismo, le mandará, con toda la energía y autoridad que le sea posible, que haga lo correcto, buscando persuadirlo de hacer lo que está Bien. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

Por todo esto, es preciso creer y Jesucristo nos manda evangelizar, es decir, hacer que todo el mundo le conozca y sea bautizado, porque será con la ayuda del Espíritu Santo, es decir, el Espíritu de Dios, que su fe se fortalecerá, hasta hacer del seguimiento del Señor la razón de su vida, porque entenderá que solo así alcanzará el sentido que Dios quiso desde siempre para nuestras vidas. No está en las riquezas, ni en la fama, ni en la comodidad y ni si quiera en la sabiduría la razón de nuestras vidas, sino en alcanzar el propósito para el cual fuimos creados por Dios y este es que seamos felices y vivamos eternamente, pero solo lo podemos alcanzar si hacemos lo que Jesucristo nos manda: amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Esto quiere decir NO al Dinero y SI a Dios. ¿Es que el Dinero es malo? No, pero ha de ser un medio y no un fin. El fin ya lo hemos señalado y el cómo, es el AMOR. Hemos de amar. La fe requiere manifestarse para evidenciar su existencia y la única forma posible y aceptable es el amor. Así que debemos formarnos y refinarnos en el amor. Desde que amanece el día hasta que cerramos nuestros ojos, hemos de vivir para el amor. No es fácil, porque está nuestro carácter, nuestras limitaciones físicas, psicológicas, culturales y de todo orden, pero debemos esforzarnos en ello. Lo que quiere decir, poner siempre por delante al prójimo, que en el transcurso del día va cambiando de rostro, desde el portero, hasta el chófer, pasado por la lavandera y el panadero o el tendero. Qué decir de nuestros cónyuges o padres o hijos o hermanos o parientes. Hemos de vivir para los demás, atentos al soplo del Espíritu Santo, que es quien nos guía y lleva por dónde Dios quiere. Es así que cuando nos disponíamos a ver el partido que tanto esperábamos, hemos de atender aquella llamada que nos propone otra agenda, esforzándonos por atenderla bien, hoy y ahora, no cuando nos desocupemos, porque nuestra primera prioridad es atender a Dios, que se expresa a través de nuestros hermanos y de estos acontecimientos a veces inesperados y desequilibrantes. El ejemplo es nimio, ya lo sabemos, pero vale para expresar la idea que queremos transmitir. Debemos interiorizar nuestro qué hacer cotidiano como el de aquel bombero voluntario que no sabe en qué momento será llamado, ni en qué circunstancia, pero que debe actuar de inmediato, porque una vida podría estar pendiendo de su respuesta. Por último, ¿Cuál es la cólera de Dios, a qué se refiere? Entendemos que quien no cree, en el fondo, se rehúsa a aceptar el perdón y la misericordia de Dios, tal vez por soberbia. No es capaz de admitir los errores que lo han llevado a alejarse de Dios; hay algo en él que se lo impide, esta es la cólera o la ira de Dios manifestada en el pecado que dio origen a la expulsión del Paraíso. Es la negación sistemática de la esperanza, de la posibilidad de alcanzar el perdón Divino, por rebeldía, por despecho, por soberbia. La incapacidad de reconocer nuestro error y pedir perdón, buscando el amor de Dios como el único capaz de salvarnos. No querer bajar la vista y mantener nuestra altivez ante Dios. Es esta necedad la que desató y hace que la cólera de Dios permanezca en nosotros. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

Oremos:

Padre Santo, no permitas que por soberbia, orgullo o despecho nos separemos de Ti Envíanos Tu Espíritu Santo para que nos guie en cada paso que damos cada día, cada minuto de nuestras vidas. Haz que toda ella la dediquemos a hacer Tu Voluntad…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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