Juan 20,24-29 – Porque me has visto has creído

Texto del evangelio Jn 20,24-29 – Porque me has visto has creído

24. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
25. Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»
26. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con ustedes.»
27. Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.»
28. Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.»
29. Dícele Jesús: « Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Reflexión: Jn 20,24-29

El reto que tenemos por delante es llegar efectivamente a creer, sin ver. Lo primero que tenemos que decir al respecto es que esta es una Gracia que Dios concede; no podremos alcanzarla, si Él no nos lo concede. Por lo tanto hemos de pedir constante y frecuentemente esta Gracia. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Porque queremos que Dios nos permita ver lo que para tantos es evidente, lo que motivó tantos sacrificios, hasta llegar a la muerte, no solo de tantos santos y mártires, sino del mismo Jesús, que murió en la cruz por nosotros. Queremos saber qué, quién, por qué, cómo y que implicancias ha de tener todo eso en nuestras vidas, porque no estamos contentos con dejar pasar el tiempo y la vida, hasta que cuando menos los pensemos, nos pille la muerte. Creemos que la vida debe tener algún sentido. Por alguna razón estamos aquí. ¿Cuál es? Oímos tanto, nos dicen tanto. A quién creer y por qué. A quién seguir. ¿Qué hacer? ¿Quién puede asegurarnos que optamos por el camino correcto y que al final de la vida quedaremos satisfechos? Estas son todas interrogantes razonables, sinceras, válidas. Es que no podemos vivir al ritmo que sopla el viento, como veletas, sin saber de dónde venimos y a dónde vamos. Es preciso tener un norte y si no lo elegimos y lo ponemos nosotros, alguien lo elegirá y pondrá por nosotros. Queremos acertar. No queremos pasar deambulando toda nuestra vida para finalmente descubrir que estábamos errados. Dícele Jesús: « Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Jesús resucitado es la respuesta. Jesús, Hijo de Dios, vencedor de la muerte es la respuesta. Él nos abre un panorama distinto, nos abre un Camino único. La vida es un paso, es un Camino para alcanzar el Reino de los Cielos. La vida, lo que hagamos o dejemos de hacer aquí con ella, determinará nuestro futuro eterno. Viviremos para siempre o nos perderemos irremediablemente. Viviremos como lo hace el espermatozoide que alcanza al óvulo y lo fertiliza, transformándose en un nuevo ser o simplemente nos perderemos en el sin sentido de una vida efímera que se pierde en el vacío. ¡Queremos trascender, si esto es posible! ¡Queremos vivir eternamente! ¿Por qué no? No podemos contentarnos con los 13, 35 u 89 años que nos puede dar la vida, sin saber a ciencia cierta cuando terminarán, ni de qué modo. Necesitamos una respuesta que de sentido a nuestra existencia y esta es Jesús. Pero ¿cómo creerle? ¿cómo saber si es cierta, si no es un fraude más? ¿cómo lanzarnos sin saber si la piscina está llena? Nos asaltan mil dudas, sin embargo Jesucristo como Hijo de Dios siempre lo supo, al igual que Dios Padre mismo, y por eso desde siempre se encargó de develar su Plan frente a nuestros ojos. Nosotros, la humanidad entera hemos sido testigos, sino presenciales, a través de otros que nos han dejado las evidencias para que creamos. En nuestras manos está la decisión: creemos y hacemos lo que nos dice o seguimos nuestro propio camino. Dícele Jesús: « Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Estas son las dudas de Tomás, a quien sin embargo se le dio todo para creer, incluso la morbosa e indigna oportunidad de meter los dedos en las llagas de Jesús. ¡A ese extremo! Como si habiendo visto el atropello del que fue víctima uno de nuestros hermanos, si habiendo estado allí, fuera necesario que nos mostrara sus heridas para creer lo que le ocurrió. Claro, la diferencia es que con todo lo que pasó con Jesús, Tomás no puede creer que haya resucitado. ¡Ese es el problema! ¿Cómo va a resucitar? Nadie ha resucitado. Mucho menos de una muerte tan atroz. Jesús está bien muerto, es lo que tiene en la cabeza Tomás, tal y como a nosotros se nos pretenden explicar muchas cosas, ateniéndonos exclusivamente a la razón y a todo aquello que aparentemente podemos explicar con nuestra propia lógica y fundamento. No queremos aceptar que hay explicaciones más allá de nuestra limitada comprensión. Explicaciones que nos trascienden, porque tienen que ver con el principio y el fin de nuestra existencia, que están más allá de cuanto somos capaces de pensar o explicar. Más allá de todo lo creado y por crear. Podemos quedarnos así, en el limbo de las dudas o tomar lo incomprensible, lo inexplicable, pero evidente, como nuestro norte, porque allí está Dios, que todo lo puede y todo lo abarca y que se nos manifiesta en nuestra vida cotidiana. Dícele Jesús: « Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Dios se nos manifiesta innumerables veces a lo largo de nuestras vidas, solo que no siempre estamos dispuestos a ver aquello que es evidente. Hace falta tan solo un poco de tiempo y humildad para descubrirlo en las pequeñas cosas de nuestro día a día, en todo aquello que damos por supuesto y de lo que no nos preocupamos, como el ritmo cardíaco, la respiración, la digestión, la vista, el pensamiento, la luz del sol, el agua, el aire, el magnetismo, la gravitación, los movimientos de traslación de los astros, el día, la noche, la lluvia, el sueño, los recuerdos, la vida, la enfermedad, la ancianidad, la muerte…Porque nos hemos hecho insensibles a todas estas evidencias cotidianas, que nos gritan la razón de nuestra existencia, Dios ha ido más allá y se ha manifestado en nuestra historia, ya no solo la personal, sino la de la humanidad entera. Tomándose los años que consideró conveniente y a través de algunos hombres y mujeres de un pueblo que escogió por las razones que cupo a su sabiduría, desplegó ante nuestros ojos su intervención, cuyo zenit es la vida, muerte y resurrección de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, quien, anunciado siglos antes de su venida, nos Revela a Dios como nuestro Padre, que nos ha creado por amor, para vivir amándonos eternamente. El amor está en el origen y en el eterno discurrir del tiempo, pleno de felicidad para el cual hemos sido creados. Para ello, solo debemos dejarnos seducir por la Voluntad de nuestro Padre, que Jesús nos revela, ya que habiendo sido creados a Su imagen y semejanza, tenemos la potestad de negarlo, perdiéndonos y condenándonos para siempre. Pero Él no quiere eso, de allí la intervención de Jesús, quien ha dado Su vida por nosotros, levantado la Cruz como una señal para todos los hombres que lo sucedan en la historia, marcándola como el centro, para convertirse en el Camino, la Luz, la Verdad y la Vida, para todo aquel que lo sigue. Esto es en lo que viendo cree Tomás y en lo que nosotros hemos de creer, sin haber visto como él, sin necesidad de tocar sus heridas, porque él ya lo hizo por nosotros. Dícele Jesús: « Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»

Oremos:

Padre Santo, concédenos la Gracia de creer y de vivir conforme a nuestra fe, porque solo así alcanzaremos Tu Mansión celestial…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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